Es la sensación que a muchos nos ha quedado en la boca, luego de conocer a quienes aspiran a una curul en la Asamblea Nacional. Los romanos hablaban del famoso “pan y circo” como medio para disuadir la inconformidad en las masas populares, satisfaciendo solo sus necesidades más básicas, al tiempo que ofrecían medios recreativos que alejen a los ciudadanos del acto de pensar y cuestionar a sus gobernantes. Parece que los tiempos no han cambiado mucho desde entonces; y si lo han hecho, ha sido para retroceder. Se ha dibujado una cancha de juego político, donde se evita la discusión ciudadana, y la popularidad pesa mucho más que los principios.

Quién hubiera dicho que el mencionado escenario pasara de ser un burdo chiste a una decepcionante realidad. Nadie les niega a estos personajes su oportunidad de servir al país, pero asusta la casi ausencia de candidatos alejados del escándalo y de la farándula. Las próximas elecciones nos empujan a la difícil disyuntiva, entre personajes de farándula, potencialmente incapaces para los cargos a los que aspiran, y una minoría de se subdivide entre los que son relativamente familiares para los electores (por ya haber ocupado cargos anteriormente, quién sabe en qué términos), versus las nuevas caras, que aspiran a un cargo sin ser parte de la farándula local, y que resultan inciertos para los votantes, a pesar de sus títulos académicos y profesionales.

Nosotros como electores deberíamos tener una alternativa que nos permita expresar nuestra inconformidad con el bajo perfil de los candidatos propuestos. Una alternativa que viene a mi mente es darle un valor real al voto nulo. Que el voto nulo signifique un rechazo a todos los candidatos, cuando este alcance un porcentaje considerable en las urnas. Si el voto nulo resultara triunfador, que esto termine en un segundo llamamiento a elecciones. Sería justo que –si las nuevas elecciones son producidas por el bajo esfuerzo de los partidos y movimientos al momento de seleccionar a sus candidatos– los gastos de la segunda elección sean descontados de los montos asignados por el Estado a los partidos políticos y a los movimientos ciudadanos.

Una humilde propuesta que comparto con ustedes.

Sin embargo, creo que debemos preguntarnos: ¿quién es el verdadero culpable de esta sobredosis de bajos perfiles en la lid política? En parte, los partidos políticos recurren a esta maniobra desesperada por distintos motivos. Parasitar la fama de alguien ahorra tiempo y recursos. Más allá del desinterés o la distorsión que las agrupaciones políticas sienten por sus organizaciones juveniles, existen pocos espacios para poder participar de manera cívica en la palestra política. Quizás las leyes vigentes que regulan la comunicación social y las campañas electorales censuran demasiado, al calificar el cruce de opiniones como “campaña anticipada”.

Algo debe hacerse para cambiar la situación actual. Somos ahora un país de muchos circos, y pocas ágoras.

Para seleccionar buenos gobernantes, debemos abrir espacios al diálogo. Regular dichos espacios es limitar el debate que el país necesita; y por eso vivimos las consecuencias de este silencio político, que solamente fomenta el circo proselitista de nuestros días. (O)