La política ecuatoriana ha entrado en un ciclo que podríamos definir como pospartidos. Se trata del escenario que sigue al tsunami provocado por Alianza PAIS a inicios del 2007, cuando se convirtió en el movimiento mayoritario en el Ecuador tras expulsar del juego a todas aquellas organizaciones que habían dominado la política desde el retorno a la democracia hasta el 2006. De un sistema de partidos fragmentado, polarizado, débilmente institucionalizado, como lo definieron los especialistas, pasamos a uno de movimiento hegemónico.

Creo que estamos viviendo el fin de un ciclo de 10 años, inédito en nuestra historia política, de predominio mayoritario de un solo movimiento político. Alianza PAIS se proyectó por el territorio a través de la expansión del aparato estatal, cohesionado y comandado por una estructura carismática de liderazgo, férreamente centralizado, y que llegó a su momento más alto como fuerza nacional en las elecciones del 2013. De allí en adelante, en especial tras la derrota de las elecciones locales del 2014, ese ciclo empezó su declive.

Las elecciones que se avecinan nos conducirán a un nuevo momento, desconocido e inquietante: el de una política sin partidos. El nuevo escenario que imagino presupone un franco debilitamiento de Alianza PAIS como fuerza mayoritaria y con enormes dificultades para mantener su cohesión en medio del reparto del poder que vive actualmente entre sus liderazgos (Correa, Glas y Moreno); y de otro, una enorme dispersión de la representación política entre fuerzas pequeñas, con débiles liderazgos, sin estructuras organizativas, muchas de ellas recién reconstituyéndose, y resultado de sumas de capitales políticos pequeños aportados por figuras menores del mundo político.

La cantidad de talentos –como los llama la prensa– de la televisión que han saltado a la política seducidos con algún puesto, sin importar en qué lista; el fracaso de los esfuerzos de unidad comandados por Nebot; candidaturas tan sorpresivas como la de Ramiro Aguilar a la Vicepresidencia con Dalo Bucaram; la alianza complejísima detrás de la candidatura de Paco Moncayo (desde Pachakutik hasta la Unidad Popular, pasando por Centro Democrático de Jimmy Jairala y la desconocida Monserratt Bustamante); el abandono en solitario a Ramiro González con su movimiento Avanza a quien nadie quiere cerca; o las extrañas y poco leales jugadas de Paúl Carrasco en contra de la Unidad que apoyó solo hasta cuando se sintió desplazado por los socialcristianos; el bailoteo de Mauricio Rodas hasta encontrar el mejor postor después de haber hablado con la Unidad, Moncayo y Lasso; la política de puertas abiertas, venga el que quiera, de Guillermo Lasso; hasta la candidatura socialista de Tiko Tiko… Todos síntomas inequívocos, me parece, de una política que vive el fin de un dominio de diez años de Alianza PAIS en medio de una gran dificultad para rehacer un sistema con partidos más o menos consistentes.

El escenario más probable del nuevo momento político será un Parlamento convertido en un espacio de fuerzas sin cohesión, asambleístas sin compromiso ni lealtad a sus listas, bloques precarios, negociaciones interminables para lograr acuerdos, en medio de los egos de pequeños personalismos salidos del espectáculo; algo muy parecido a lo que ya hemos visto en estas últimas semanas. Bienvenidos a la política pospartidos. (O)