Los estudiosos de la política habrían pagado cualquier costo para asistir al espectáculo del tira y afloja que hubo en la cúpula de Alianza PAIS la semana pasada. Mientras la fábrica de rumores funcionaba a toda máquina, la agrupación más grande y vertical del país no lograba ponerse de acuerdo en las candidaturas. Sin un vocero que saliera a informar cómo iba la cosa, la calle amplificaba los desacuerdos y se anunciaba poco menos que la estampida de quienes llegaron a completar largas catorce horas de encierro. En el centro de las especulaciones estaba la conformación del binomio encargado de llevar la bandera verde. Se jugaba con todas las variantes posibles. Si continuaba Moreno a la cabeza con Glas como incómodo acompañante. Si iba Moreno sin Glas. Si Moreno sería reemplazado por Glas. Incluso se hablaba de la sustitución de ambos para evitar el choque del palo y la piedra.

Aparentemente, los rumores y las especulaciones quedaron solamente en eso, porque finalmente se confirmó el binomio anunciado previamente. Pero es archiconocido que lo más importante en estas decisiones políticas no es el resultado, sino todo lo que sucedió para llegar a este. Las negociaciones que lo hicieron posible contienen información clave para comprender las tensiones internas y, sobre todo, para prever el desempeño posterior. No es casualidad que exista toda una teoría al respecto –la teoría de juegos–, que en adelante escogerá a este como un caso perfecto de estudio.

Si alguien quiere aventurarse por esos caminos, deberá comenzar preguntándose cómo es que la organización política que ha controlado durante diez años todos los poderes y que tiene un gerente propietario se ve en apuros para definir sus candidaturas. A último momento canceló la ya convocada inscripción de los candidatos, aplazó la movilización de los buses y necesitó de un verdadero cónclave para tomar la decisión. Si esta había sido el producto de la participación democrática de las bases, como lo han dicho repetidamente, entonces no hacía falta la reunión de cardenales encerrados a puerta cerrada. Seguramente algo no estaba bien y alguien no estaba satisfecho.

El problema de fondo, aparte del enfrentamiento entre tendencias casi irreconciliables en sus filas, eran las denuncias de corrupción. Frente al involucramiento comprobado de altas autoridades que fugaron fácilmente, la reacción oficial fue el insulto y la amenaza en lugar de proporcionar explicaciones sustentadas. Se configuró así el peor escenario para la candidatura, especialmente para el aspirante a presidente, que busca diferenciarse por lo menos en las formas. Se vio encerrado en una situación que, en la teoría mencionada, se conoce como el dilema del prisionero. Según esta, no puede salvarse por sí solo, aun cuando la verdad esté de su lado. Si habla, pierde, y si calla, también pierde. Está obligado a llegar a un acuerdo con el otro y pagar una pena conjunta. Claramente, ese fatídico lunes Glas aparecía como el lastre que amenazaba con hundir la candidatura, pero su sustitución a esa altura habría llevado al naufragio inmediato. Sí, el dilema del candidato. (O)