Dudé mucho acerca de cómo titular este artículo. Plan de gobierno es una denominación extremadamente fofa. Aunque rimbombante. Más aún si se antepone el sujeto nosotros, ellos. Y se les atribuye un resultado. Pensar un gobierno desde la sociedad o desde una coyuntura es un ejercicio necesario. Pero también audaz. Por ello, finalmente, acudí al gerundio, que tiene la ventaja de la impersonalidad. Y la posibilidad de colectivizar. Los actores de un proceso electoral se abocan a la tarea de hacer planes de gobierno, que podría traducirse en que la sociedad ecuatoriana está planificando un gobierno. Realmente varios, por eso dirimiremos en una elección, en varias, entre otras cosas, un plan de gobierno. Y la combinación de varios.

El ejercicio de la planificación desde el Estado está desprestigiado. En esta década nos ofrecieron tres “buen vivir” en planes, que han sido la muestra mejor de la degradación. Dicho rápido, la malabarista Senplades ofreció nanotecnología y terminó en frutillas, barcos y culminó tours vacacionales, metalmecánica y naufragó en aguas contaminadas. Imaginar es gratis, salvo si se lo hace desde el Gobierno y con los recursos de los ecuatorianos.

La imaginería de la planificación y la propaganda ha servido para sostener la autoestima, condición de un Estado de propaganda. Se introdujo entre los ecuatorianos la imagen de una experiencia planetaria en curso. Y así se alejó artificialmente al pesimismo. Y se sostuvo a las revoluciones reducidas al precio del petróleo, es decir, el cambio insostenible del régimen. Nos hizo vivir el espejismo de lo que he denominado la riqueza subjetiva (creer que somos más ricos de lo que realmente somos), falsa imagen y en ningún caso utopía movilizadora. Y, debo reconocer, algunas cifras nos muestran que aún tiene alguna eficacia para sustituir al debate programático. Y esconder a su candidato.

Senplades le da planificando a PAIS. Precioso ecuatorianismo y a la vez lenguaje cervantino de parodia. Sí, la planificación estatal, esa que debería ser pública, le presta o le dona el “conocimiento” producido por sus hordas de consultores a su partido político, para que presente su plan de gobierno. Es como una práctica hermafrodita. Se conciben a sí mismos. Se paren a sí mismos. Es decir, llegan a una idea posmoderna de Estado. Sin sociedad, sin coyuntura, sin sujetos. El Estado es autor de sí mismo con independencia de nosotros los ecuatorianos. Al fin, un nuevo modelo reproductivo. El autoritarismo es tan original como quien trata de inventar un auto que no consume gasolina sino que la produce.

Doce nuevas revoluciones nos anuncia PAIS. ¿Nuevas? No. Decoradas sí. Por una corona de mala literatura, lenguaje patojamente poético, pero estimulante de ilusiones. Una vieja receta con la que ya les fue bien. ¿Será que les va a volver ir bien? Va… dirían los chicos. Decirnos a los ecuatorianos que ahora sí van a hacer la revolución, que no la hicieron con la mayor cantidad de recursos estatales de toda la historia republicana. Y que ahora sí lo harán con la menor cantidad de recursos de la última década. ¿Con qué cara? Un engendro estatal genera a otro.

Yo me figuro lo incómodo de jugar con cifras para justificar el contrasentido de la realidad. Convencerse de ellas, sentirse honesto con ellas. Pero también me imagino que no se hacen problema si se piensan como producto del hermafroditismo público que han creado. Pero no tienen como referencia a la sociedad. No tienen nada que temer.

Un plan de gobierno tiene que expresar a una coalición que surge desde la sociedad civil, desde la sociedad política. Asume y agrega las voluntades de muchos actores. Que surgen, que no han sido incorporados al Estado. Que se rectifican por la integración pasada en el Estado. Que aspiran a un nuevo Estado y a una nueva sociedad. Que tienen historia y que hacen historia.

Son diversas coaliciones sociales. Son fórmulas combinadas. Iguales en su capacidad de aportar a una visión de futuro, de gobierno próximo, de sociedad deseada. No son, necesariamente, homogéneos. Más aún, no deben serlo. Pero deben ser iguales en la contribución a una idea compartida de futuro. No son iguales en la estructura de poder desde la cual surgen. Pero son iguales en la representatividad que esgrimen en el proyecto que se gesta. Como cuando se hace un acuerdo, por ejemplo, entre empresarios y trabajadores. No son iguales en el poder económico, pero sí en el poder social con el que se sientan a negociar. E imaginar. Y así, se pueden mirar a los ojos, directamente.

Llegar a acuerdos programáticos es un ejercicio que puede ser fatigoso. O puede no serlo si hay disposición de las partes, reconocimiento de la situación actual y las perspectivas. La democracia es el ambiente imprescindible para los acuerdos. La ocasión para los acuerdos estratégicos. Por ejemplo, el acuerdo más importante acerca de los límites del conflicto para preservar los pactos fundamentales ¡Autoritarismo nunca más! ¡El cambio sí es posible!

El plan de gobierno debe ser la construcción de la viabilidad del futuro a través de compromisos serios, de transformación realizable, en plazos determinados, orientada hacia el futuro posible. Que muestre hasta dónde están dispuestos a cambiar los actores sociales, a mostrar su fibra democrática.

Realmente hay que referirse a los planes de gobierno que surgen desde la sociedad. Ellos deben tener vocación de apertura. Para ejecutarse como matriz principal. O no. Pero siempre desde una perspectiva de plataforma, que incluya y no excluya, que escuche y no se enferme de sordera. La ruta electoral es larga. Es la primera enseñanza.

En la vida personal como en la vida política los cambios se muestran en los hechos. Adoptar una posición favorable a los cambios posibles junto con una referencia a nuevas formas de gestión pública amparadas en políticas públicas concretas es una realidad de modernización democrática. No impuesta. Aceptada. Orgánica.

Una gran diferencia entre el plan del gobierno y los planes de la sociedad. La sociedad ha tenido que incorporar en sus planes un capítulo necesario de expulsión de la corrupción de la esfera pública. El gobierno no puede tenerlo entre sus ofertas de gestión pública futura. Porque sería reconocerla –a la corrupción– en su diagnóstico.

Debo expresar una gran angustia que me carcome. Si antes el Estado tenía anclas en temas particulares de la sociedad, lo que le dificultaba construir una idea de bien común concertada, ahora el Estado ha tomado el rumbo de la total desconexión de la sociedad. Es un descontrol. Incluso para sus gestores. Para sus responsables. La ruta tomada es configurarse como un Estado mafioso, distante de todos, controlado por los ilegales. Camina solo. Como los monstruos de los peores sueños. Incluso incontrolado por los mismos autoritarios que lo parieron.

Debemos concebir al Estado que la sociedad necesita ahora. Para ejercer la regulación y la porción de control que se requiere. Para vincularse al mercado. Y a la sociedad internacional. De modo transparente. Bajo una visión democrática y limpia. Menudo reto para la planificación desde la sociedad.

En la vida personal como en la vida política los cambios se muestran en los hechos. Adoptar una posición favorable a los cambios posibles junto con una referencia a nuevas formas de gestión pública amparadas en políticas públicas concretas es una realidad de modernización democrática. No impuesta. Aceptada. Orgánica.

Pero los cambios no son infinitos. Son los posibles. Para cada actor. Para todos los actores. Los cambios posibles en los actores, que surgen de una coalición de diversos. Sin exclusiones dogmáticas. Flexibles. Con instituciones flexibles. Para situaciones flexibles. Con inclusiones necesarias. Lo más complejo del cambio no es diseñar al desarrollo y las instituciones necesarias. Es introducir y poner en funcionamiento a las instituciones que fueron destruidas. (O)