Las fiestas religiosas de la semana pasada nos recuerdan a gente común y corriente. Las otras efemérides están dedicadas a la divina familia y a esos seres divinizados que llamamos “santos”, entendiendo por tales a los hombres y mujeres virtuosos que completaron el trámite para ser venerados públicamente. “Todos los santos” implica a todo aquel que mereció la eterna gloria, pero en especial aquellos que en la Tierra fueron poco conocidos, o sus relacionados no tuvieron el tesón o el poder para concluir el expediente de canonización; permanecen así, olvidados en el siglo, pero no por ello menos salvados. El día de difuntos es todavía más democrático, ya que abarca incluso a los que a lo mejor no fueron muy santos, que cometieron pecadillos, o pecadazos de los que se arrepintieron, por lo que alguna vez podrán acceder a la plenitud de la gloria, pero por ahora no. Es decir, es la fecha del hombre común y corriente, como usted... iba a decir como usted y yo, pero me acordé de ciertas cosas imperdonables.

Con la poca cultura religiosa actual, no faltará el mozalbete que me diga “a ver, Todos los Santos, Finados... ¡se olvidó del Halloween!” Sí, muchacho, a eso iba, porque no te equivocas. El origen de esta fiesta es celta y como tal pervive en muchas localidades de la península ibérica, ¿no han oído hablar de los celtíberos? De manera que es tan ajena a nosotros como Navidad o Semana Santa. Por cierto que en los últimos años su auge se debe a una influencia de origen americano, ¿y qué? Lo esencial es que parece que esos pueblos europeos creían que esa noche se abría el inframundo y los moradores del infierno podían vagar libremente. Es necesario que haya un día o una noche dedicada a los “condenados”. Halloween tiene ese espíritu, que también lo encontramos en ciertas leyendas ecuatorianas. Así la humanidad pasada está completa en estas festividades otoñales.

Festejar a los condenados para la teología ortodoxa católica parece una aberración. Pero hay que tomar en cuenta, en primer lugar, que estas fiestas son más religiosas que eclesiásticas. La religiosidad popular se expresa en ellas con poca o ninguna mediación de sacerdotes. La humanidad que se celebra en su mortalidad es más fuerte que la institucionalidad y el dogma. Para celtas, andinos y aun para los autores semitas del libro de Job, lo infernal es una forma más de lo sobrenatural, no necesariamente hostil, pues se somete con determinado ritual. Asimismo, lo celestial no es forzosamente algo deseable. Y menos en la forma en que lo ofrece la teología académica. Es poco atractivo ese cielo sin pasiones, sin placeres, en el que las personas reducidas a espíritus puros se han disuelto, se han anonadado, al ser desprovistas de las peculiaridades, de las diferencias, de lo accidental y hasta de lo imperfecto que es, finalmente, lo que constituye lo individual haciéndote ser lo que eres. (O)