El planeta Marte de Crónicas marcianas (1950), del novelista Ray Bradbury (1950), es un lugar descrito con el tono con el que se habla de los sueños: al planeta rojo han llegado los terrícolas en su afán de colonizar y se encuentran con ciudades vacías que pertenecieron a una antigua gran civilización. Bradbury halló el modelo narrativo de sus relatos en el libro Winesburg, Ohio (1919), de Sherwood Anderson, en el que el narrador es un reportero del diario local que observa la vida de los demás: “¡Sería increíble si pudiera escribir un libro la mitad de bueno como este, pero que ocurriera en Marte!”, se dijo Bradbury.

Los sucesos de Crónicas marcianas ocurren del año 2030 hasta 2057. Y al mismo Bradbury siempre le causó admiración que su obra fuera caracterizada como de ficción científica porque, según él, solo se propuso escribir mitos. La imaginación de algunos escritores ha tratado de pintar cómo sería habitar lugares lejanos difíciles de alcanzar por lo larguísimo del viaje. Por eso asombra (¿asombra?) en nuestros días lo común que es leer en las publicaciones de divulgación científica que la llegada de los humanos a Marte podría concretarse en los próximos años… Bradbury sería para Marte lo que Jules Verne fue para la Luna.

Por más de cuarenta años Stephen L. Petranek ha sido un divulgador de temas de ciencia, naturaleza, tecnología, política y economía. Y es el autor del libro Cómo viviremos en Marte (Nueva York, TED Books, 2015). Llama la atención que el título no ponga en duda si será posible vivir en Marte, y por eso el autor se dedica a recolectar una información pormenorizada que nos aclara cómo es que vamos a vivir allá. Para empezar, la predicción es que en el año 2027 veremos en inmensas pantallas de televisión –con una demora de 20 minutos del acontecimiento real– el arribo de los humanos a Marte.

El momento en que los primeros humanos pongan los pies en Marte será muy significativo porque ya no seremos una especie de un solo planeta: el desafío, dadas las condiciones atmosféricas extremas, no será solo establecerse, sino producir una reingeniería –darle a Marte la forma de la Tierra– en todo el planeta: hacer que su delgada atmósfera de dióxido de carbono sea lo suficientemente rica en oxígeno para que los humanos puedan respirar; elevar la temperatura de un promedio de -63 grados Celsius a uno más tolerable de -7 grados; llenar nuevamente de agua sus canales y sus lagos secos; y plantar una vegetación que pueda florecer.

No es muy claro si la información sobre estas nuevas exploraciones espaciales causa alegría o terror porque, según Petranek, “la verdadera respuesta de cómo sobreviviremos en Marte acaso no resida en cómo cambiaremos Marte, sino en cómo cambiarán los humanos”. Si se trata de transformar Marte a imagen y semejanza de la Tierra, ¿dónde queda la pregunta por el modo de organización de esas futuras comunidades? ¿Reproduciremos en esas lejanías también los vicios –casi siempre ligados al afán de poder– de los humanos? Si día a día destruimos la Tierra, ¿cuánto tardaremos en demoler el planeta vecino? (O)