¿Ha pensado qué haríamos todos los profesionales universitarios, magísteres y Ph.D. el día que nadie cultive la tierra, que no haya quien recoja la basura, que no quede quien confeccione la ropa y los zapatos, que falten obreros en las fábricas que producen las muchas máquinas que alivian el trabajo y la vida cotidiana, que no laboren carpinteros, ferreteros, electricistas, albañiles, que nadie se encargue de mantener limpios los hospitales y de preparar los alimentos?

Es probable que al principio, los profesionales universitarios, magísteres y Ph.D. ni siquiera nos demos cuenta de lo que está sucediendo, ocupados en las investigaciones, en la elaboración de teorías, en la experimentación, en preparar artículos para revistas indexadas, hasta que haya escasez de alimentos en los restaurantes, en las casas y en los mercados, hasta que no haya quien repare los equipos y máquinas con las que trabajamos en los hogares, en las clínicas, en las construcciones y la basura inunde los edificios y las calles.

Visto así nos debería quedar claro que los primeros son muy importantes para todo lo que requiera aplicar o producir conocimiento científico, pero los segundos son importantes para que fluya la vida y para que los primeros puedan atender enfermos en lugares adecuados e higiénicos, para que se puedan construir los edificios que los arquitectos diseñan y los ingenieros calculan, para que los chefs y las amas de casa se provean de alimentos, para que todos nos vistamos y calcemos, para construir las piezas que se requieren para las telecomunicaciones y los robots que poco a poco van supliendo tareas humanas.

En definitiva, quizás llegará un día en que las máquinas lo harán todo, incluso otras máquinas, pero mientras tanto, todos somos importantes. Me he detenido en este tema porque creo que la mentalidad social nos lleva a pensar que quienes tenemos títulos universitarios somos más que los demás. Es un error, solo se trata de quehaceres y saberes diferentes y una sociedad que mide su progreso por el de sus integrantes debería reflejar este criterio en el reconocimiento social y salarial que reciban quienes no tienen títulos universitarios, pero desempeñan tareas indispensables para la salud, el progreso, la convivencia y la vida misma.

Esto incluye una concepción distinta de la educación y la búsqueda de la excelencia, de la que tanto hablamos, en todos los campos; y esto requiere ofrecer a cada uno la oportunidad de perfeccionamiento en su oficio.

Debemos aceptar que la universidad debe ser para todos los que tienen vocación y aptitudes para el estudio universitario, quien las tiene no debe quedar excluido de ellos, por razones de ninguna naturaleza. Quienes no las tienen, no son menos que los otros, simplemente tienen aptitudes y vocaciones diferentes y merecen otro tipo de preparación, quizás no serán científicos o filósofos, pero serán excelentes tecnólogos o técnicos y, puestos a valorar, en una sociedad con principios éticos, merece más reconocimiento un obrero honesto, responsable y eficiente que un profesional deshonesto e irresponsable.

Por eso, la concepción integral del sistema educativo debe ofrecer también oportunidad de una preparación tecnológica o técnica excelente, que cubra el déficit que tenemos, puesto que por cada ingeniero se requieren muchos trabajadores, ojalá, calificados y certificados, por citar un ejemplo, y reconocidos social y salarialmente, aunque sea reiterativo mencionarlo. (O)