No es el primer símil que se me viene a la mente, pero es el más apropiado para un diario de familia. Se aplica a Julian Assange, huésped incómodo de nuestra Embajada en Londres desde 2012.

Entre los contradictores de Washington, Assange goza de prestigio porque su empresa WikiLeaks reveló cables secretos de los EE. UU., recibidos de un soldado estadounidense, Bradley (hoy Chelsea) Manning, resentido con el ejército norteamericano por el irrespeto a su transexualidad.

Un puntal de nuestra política exterior es rechazar el papel preponderante que ocupa Washington en el concierto internacional. Nos sumamos a una alianza ad hoc de países contradictores de Washington: Rusia, Venezuela e Irán cuando Ahmadineyad era presidente.

Ecuador concertó con el hacker australiano, en libertad bajo fianza en Londres, que escapara y se refugiara en la Embajada. Assange enfrenta acusaciones en Estocolmo de violación y otros delitos sexuales.

En estos cuatro años, Assange se ha convertido en dueño de casa, y los varios embajadores, en ocupantes pasajeros. El prepotente australiano se asienta en la Embajada sin guardar las consideraciones que se merece el país que tanto pone en juego para que él pueda eludir la justicia.

De día son dos oficinas que funcionan una junto a la otra, y de noche la Embajada se convierte en el departamento de soltero del australiano, quien recibe a sus innumerables amigos y admiradoras.

Hoy, Assange, abusando de la hospitalidad que se le brinda, pretende difundir de la cuenta de internet de la Embajada cables secretos de la época en que Hillary Clinton era secretaria de Estado. Los documentos los habría hackeado Rusia, y entregado a Assange para que los difundiera, con el ánimo de favorecer a Donald Trump.

El presidente Putin hace el cálculo que con un presidente tan ignorante, irreflexivo y primitivo como Trump, EE. UU. perdería liderazgo mundial, con lo que Rusia saldría fortalecida.

Esta situación era previsible; el australiano es inconsecuente con quienes lo ayudan. La seguidora que lo acogió en Estocolmo es quien lo acusa de violación; sus mecenas que en Londres pusieron el dinero de la fianza lo perdieron con la fuga.

En nuestra columna de julio 8 de 2012 preguntamos retóricamente a Assange: “¿No te pesa en la conciencia lo que le haces a Rafael?” y seguimos: “Mientras más pasa el tiempo, más debe inclinarse Rafael a entregarte. No tiene por qué hacer que el pueblo ecuatoriano pague las consecuencias de tus acciones”.

Pues no le pesó entonces ni ahora, ni le importan las consecuencias para el país. Ante las perspectivas de convertirse en cómplice de Assange y Putin en el intento de manipulación de las elecciones de EE. UU. desprestigiando a Hillary (las perspectivas hoy son que la Sra. Clinton arrase), la Cancillería dispuso que se le impida a Assange acceso a la cuenta de internet de la Embajada hasta después de las elecciones (noviembre 8).

Assange reacciona buscando humillar a su protector, el presidente Correa, y negarle capacidad de análisis. Difunde la versión de que Correa cedió a intimidaciones del secretario de Estado Kerry.

Es tiempo de sacarse el zapato, sacudirlo, que caiga la piedra, y poder caminar con comodidad. (O)