Hasta hace pocas semanas, ni gobiernistas ni opositores ponían en duda que en la próxima elección se jugaría algo más que el sillón presidencial y las curules legislativas. Todos coincidían en que el simple acto de votar podía marcar un antes y un después en la historia nacional. El conteo final de las papeletas depositadas en las urnas podría definir la continuación o el fin del modelo económico y político aplicado durante los últimos diez años. A diferencia de las contiendas anteriores, en que el correísmo arrasaba con facilidad, se veía que los grupos de oposición contarían con posibilidades reales de triunfo. La ausencia del líder carismático, la crisis económica y la vulnerabilidad del candidato oficial eran los factores que determinaban ese cambio en las condiciones generales. Por ello, era una elección que se presentaba como una oportunidad para las oposiciones, en tanto que desde el oficialismo se la veía básicamente como una amenaza.

Esa, hay que repetirlo, era la percepción predominante hace algunas semanas. Pero, con los lanzamientos de las candidaturas opositoras se produjo un giro radical. La división entre tres contendores aleja objetivamente las opciones de triunfo de cada uno de ellos y, como contrapartida, proporciona tranquilidad al Gobierno. Si no hay cambios en esa disposición de los jugadores (si no se forma una coalición por lo menos entre dos de ellos), la campaña ya no girará solamente en torno al enfrentamiento entre correísmo y anticorreísmo. A este se añadirá la disputa entre los opositores para obtener el pase a la segunda vuelta, que puede volverse tan o más agresiva que la otra. Podría ocurrir que el puñado de votos que asegure el segundo lugar en la primera vuelta les haga descuidar el objetivo central, que sería evitar que el candidato de los chistes supere el cuarenta por ciento. Como lo señala Alfredo Negrete en un artículo del jueves anterior, han pasado a pelearse por un lejano segundo lugar cuando pudieron asegurar el primero.

Dos escenarios posibles se configuran a partir de esta alineación. El primero es el descrito antes, en que los tres candidatos de oposición peleen voto a voto para romper el empate al que les condenaría el encierro en sus respectivos bastiones. Sería un final muy apretado entre ellos, a una distancia del primero que muy probablemente sería de más de diez puntos. En ese caso, una pequeña ayuda del árbitro haría innecesaria la segunda vuelta. El segundo escenario se configuraría por medio del voto estratégico o útil, que consistiría en que los electores, dejando de lado preferencias ideológicas o de cualquier otra naturaleza, se volcaran al candidato que presente mayores opciones de triunfo. Sin embargo, saber quién es esa persona no es asunto de menor importancia, como tampoco lo es el desgaste que tendría después de haber dado una pelea en dos frentes (con el Gobierno y dentro de la oposición). Ambos escenarios demuestran que, gracias a la pureza ideológica de unos, la arrogancia de otros y la ceguera de todos, la oportunidad se convirtió en amenaza.(O)