El resultado del reciente referéndum en Colombia es claro. Latinoamérica se cansó de la impunidad. Se cansó de ver cómo los responsables de tanto abuso y atropello siguen muy campantes. Si la oposición ecuatoriana no capta este mensaje, es mejor que se vaya a su casa. Porque ese es el mismo sentir del pueblo argentino, brasileño y de la región. A los candidatos de oposición les ha llegado la hora, entonces. Tienen que decirle al país sin vaguedades cómo van a eliminar el andamiaje jurídico, político e institucional que la dictadura ha creado para asegurarse su impunidad. Venir a decirnos que este es un problema secundario, para el que no hay tiempo, o, lo que es peor, que será resuelto por los jueces ordinarios, y que más urgente es superar la crisis económica, suena como una burla. O como un indicio de que son parte de la misma telaraña del pasado y que en el fondo su mejor candidato es el candidato oficialista.

El barullo que la semana pasada generaron los lanzamientos de algunas candidaturas presidenciales permitió que pasaran desapercibidos dos hechos extremadamente graves. El uno fue el anuncio de que el Gobierno nuevamente endeudó al país con la colocación de bonos en Nueva York. La elevada tasa de interés y el corto plazo de esta nueva deuda crean un nubarrón más sobre los ecuatorianos. Increíblemente, los recursos obtenidos con este préstamo terminarán sirviendo de amortiguador, de droga para que los ecuatorianos no sientan la crisis económica durante los meses de campaña electoral. En otras palabras, todos los ecuatorianos vamos a financiar la reelección de los señores oficialistas. Dadas las atractivas condiciones en que se han colocado estos bonos, y otros bonos similares (después de todo, qué papel hoy en día rinde en Nueva York más del 10%...), sería interesante conocer a sus compradores, pues no sería de extrañarse que estos afortunados sean los nuevos ricos que han florecido a la sombra de uno de los gobiernos más corruptos del planeta.

El otro hecho fue la condecoración a Cristina Fernández. La líder y símbolo emblemático de la corrupción latinoamericana fue elogiada hasta más no poder por el oficialismo, a pesar de las severas críticas de la sociedad civil y de uno que otro político de oposición. El mensaje de esta condecoración es claro. Es el mensaje de la arrogancia. Es el mensaje de quienes se sienten seguros de que el poder no lo van a entregar así nomás. Y que la corrupción ocurrida durante la última década, las serias violaciones de derechos humanos, las persecuciones políticas, los abusos del poder, la manipulación de la justicia, el despilfarro de los dineros públicos, los sobreprecios de las obras públicas (hidroeléctricas, etc.), así como el irresponsable manejo económico, todo ello quedará en absoluta impunidad. ¿No tenemos derecho acaso a conocer con exactitud en qué se usaron los más de 300 mil millones de dólares que pasaron por manos del oficialismo? ¿No tenemos derecho a que los nuevos ricos devuelvan los recursos mal habidos? La oposición tiene la palabra. (O)