La incipiente campaña presidencial ha pasado del singular al plural. Si hace pocos meses había razones para pensar que sería un duro enfrentamiento entre el correísmo y el anticorreísmo, ahora queda claro que en cada lado habrá más de un contendiente. Lo de las oposiciones se veía venir desde que los egos y la avidez comenzaron a ponerse delante de los objetivos y del análisis frío que debe guiar a decisiones de este tipo. El anuncio de las candidaturas de Cynthia Viteri y Paco Moncayo, hecho con escasos minutos de diferencia, solamente vino a comprobar esa percepción. Pero, lo que está ocurriendo en las siempre inexpugnables filas oficialistas sí es más llamativo porque, aunque existían indicios de disputas internas, no se esperaba que estas llegaran a un punto que pueda poner en riesgo su casi seguro triunfo.

Los anticorreístas sacrificaron el pluralismo por la pluralidad. En vez de ir en alianzas pluralistas, que agrupen izquierdas y derechas, costeños y serranos, opositores de siempre y arrepentidos de ahora, dividirán sus fuerzas entre tres opciones que están prácticamente empatadas en las preferencias ciudadanas (no en la intención de voto que, con 65% de indecisos no cuenta). Guillermo Lasso, Cynthia Viteri y Paco Moncayo deberán sacarse los ojos y los trapos mutuamente para lograr un objetivo tan limitado como es el segundo puesto en la primera vuelta. No aspiran a más, porque nunca consideraron seriamente que al unirse podían cederle ese objetivo al correísmo y eliminar la imagen del retador desesperado que quiere subir al ring para enfrentar al campeón. Únicamente una pequeñísima apertura apareció en las declaraciones de Jaime Nebot sobre un posible acuerdo entre la Unidad y el Acuerdo Nacional para el Cambio. Pero es tan estrecha y tardía que será difícil que pasen por ahí todos los involucrados.

El correísmo, tan sólido, tan monolítico, tan obediente y tan sumiso, comienza a presentar grietas. Aunque parezca insólito, así es. Como corresponde a la épica imaginaria de los últimos diez años, la división es presentada como una disputa ideológica. Izquierda y derecha habrían aparecido en esa casa donde las ropas se lavan a buen resguardo. La derecha, encarnada por el actual vicepresidente, todavía mantendría la ilusión de una candidatura y estaría buscando un serrano de izquierda para formar el binomio. Incluso se dice que el cuasi ungido sería un funcionario recientemente sustituido, que saltó por unos días a la escena política gracias a un presuroso juez que, no podía ser de otra manera, le dio razón frente a un candidato. La izquierda, corporizada en el anterior vicepresidente, aún mantendría esperanzas de quitarse de encima al candidato vicepresidencial impuesto por el líder, porque lo consideran demasiado derechista y constituiría una vuelta a los años del conspirador a sueldo. El desafío es encontrar la fórmula para lograrlo sin provocar rupturas palpables y, sobre todo, sin desatar los fuegos de Júpiter.

En definitiva, si no hay cambios sustanciales, tendremos una campaña a varias bandas, con pluralidad de candidaturas en un lado y sin pluralismo en ninguno de ellos. (O)