Este artículo se deriva del publicado la semana pasada en esta misma columna.

La adolescencia es una construcción social, económica y psicológica moderna que aparece con la Revolución Industrial, superpuesta a la noción anterior y biológica de “pubertad”, la misma que aludía a los cambios en el organismo producidos por la maduración sexual. La adolescencia es aquella época transicional del desarrollo que empieza alrededor de los doce años de edad y se prolonga hasta después de los veinte (a veces hasta los treinta o cuarenta), durante la cual ellos y ellas construyen progresivamente una posición más definitiva de sujetos sexuados y adultos. Este proceso implica una relación temporalmente conflictiva y ambivalente con los padres, con la autoridad y con lo establecido: oposición, cuestionamiento, desidealización, crítica, protesta e incluso identificación (esta última, a pesar de los adolescentes). Además, hay interrogaciones y búsquedas acerca de su sexualidad, hasta afirmar una orientación definitiva. En general, es una época más bien tormentosa que pocos adultos recuerdan como una “edad dorada”.

Como etapa transicional, y pese a sus gestos desafiantes, la adolescencia es una edad extremadamente vulnerable y tan delicada como la infancia, que requiere la atención y el cuidado de los padres y de la sociedad entera. Por su indefinición y por la atracción que la adolescencia despierta en los adultos, los jóvenes se exponen a diferentes influencias, situaciones y experiencias que pueden derivar en violencia, accidentes mortales, abusos físicos y sexuales, explotación, acoso escolar, infecciones, embarazos no deseados y abortos. Como los adolescentes quieren parecer adultos, pueden ser empujados por ellos a asumir prematuramente posiciones subjetivas y actividades para las que todavía no están listos. Por ejemplo, la de “sujetos de consumo” promovida por el comercio, las marcas de ropa, los teléfonos celulares, las redes sociales y las tarjetas de crédito. O aquella promoción precoz y perversa como “sujetos eróticos”, animada por la industria pornográfica e indirectamente por algunas de las anteriores.

Pero la promoción más insidiosa es aquella que pretende lanzarlos antes de hora a la condición de “sujetos políticos”, para el beneficio de los promotores adultos interesados. Si la adolescencia es el proceso de construcción de una posición subjetiva adulta, la condición de sujeto político como una parte de ella es la que más tarda en asumirse en una sociedad como la ecuatoriana, tanto que muchos nunca serán conscientes en toda su vida de que todos estamos sujetados a una estructura. Precipitar a los adolescentes a hacer de “personajes políticos”, invitándolos a sufragar a los 16 años, convirtiéndolos en el centro de una polémica entre el oficialismo y la oposición, o favoreciendo la creación de “juventudes de tal partido o movimiento”, es casi tan perverso como utilizarlos sexualmente. Es exponerlos al goce del Otro (con mayúscula) público, aprovechándose de las ganas de sentirse adulto y tratado como adulto que caracteriza –de manera ambivalente– a los adolescentes.

Cuidar a los adolescentes no implica solamente regalarles condones o píldoras “del día siguiente”, o vigilar que manejen despacio y que no chupen ni se droguen. Cuidarlos obliga a respetar sus tiempos, no anticiparse a sus demandas propias y no seducirlos con ofertas de “adultez”. (O)