“Bienvenidos caballeros, pasen adelante”. Es el saludo de uno de los anfitriones de un night club, ubicado a pocos minutos del aeropuerto José Joaquín de Olmedo de Guayaquil, para recibir a los visitantes luego de haber pasado por la revisión minuciosa del guardia de seguridad de la puerta principal.

El lugar es muy discreto, debido a la ubicación, parecería que nada pasa en su interior. Por $ 10, puedes entrar y consumir una cerveza.

Mientras suena música erótica, el DJ anuncia la presentación de Vanessa, una mujer que no pasa de los 25 años. Sale del camerino y camina sensualmente hasta llegar a la tarima, que se transforma en la mesa de los hombres que están en primera fila espectando el show.

Vanessa viste un baby doll rojo, tanga y botas negras de cuero hasta las rodillas, y empieza a bailar. Las luces rojas muy tenues del tumbado se mezclan con las de neón fucsias, moradas, azules y verdes que están en la barra y parecen parpadear al ritmo de la música. Dos tubos en cada extremo le sirven a Vanessa para demostrar sus eróticos movimientos de pole dance.

En primera fila se encuentra un grupo de amigos, de aproximadamente unos 50 años, que miran, tocan, ríen, y le susurran algo a Vanessa, pero no le dan dinero. Ella se esmera y baila mucho más cerca del trío, al punto de rozar sus partes íntimas en uno sus rostros.

Es sábado, cerca de las 21:30 y la calentura de a poco empieza a subir. En otro sector del night club una pareja conversa, se toma unos tragos y de pronto la chica se levanta y empieza a hacerle un baile personal a vista y paciencia de los curiosos, mientras el tipo se toma un trago de whisky y empieza a acariciarla.

Suena Always de Bon Jovi y Vanessa empieza de a poco a quitarse su brassier y muestra sus diminutos pechos; en el otro extremo de la barra tres hombres le dicen que se quite su tanga negra. La chica accede mientras simula un movimiento felino, se acuesta, abre sus piernas, ‘torea’ a sus clientes y las vuelve a cerrar, se levanta y se trepa hasta lo más alto del tubo y desciende en forma de espiral ante la mirada atónita de los presentes.

A un costado vigilan disimuladamente cerca de tres meseros que tienen un intercomunicador en su oreja, tipo detectives, para estar atentos por si cualquier cliente “se le pasa la mano”, indica uno de ellos, que viste elegante, con camisa blanca, chaleco y pantalón negro.

Otra voluptuosa mujer con un diminuto vestido se sienta solitaria cerca de un grupo de amigos, tentando y esperando a que la llamen.

El lugar posee butacas de cuerina verde olivo y una sección alejada de la tarima principal, tipo vestidores con cortinas doradas, que son “para los demás servicios que brindamos”, según uno de los meseros.

Han transcurrido 15 minutos de baile, la chica continúa esmerándose para que alguno de los espectadores le coloque un billete dentro de sus botas. Vanessa se desnuda completamente, recoge sus prendas mientras el locutor en off incita a que le den un fuerte aplauso por su presentación.

De inmediato aparece Yahaira, de aproximadamente unos 25 años, de cuerpo voluminoso, piernas robustas y cabello negro rizado. La escena del baile se repite. Un nuevo show empieza.

Según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), en el Censo Nacional Económico del 2010, se registraron 22 night clubs en Guayaquil. En la actualidad, en la ciudad funcionan cerca de 114 locales legalmente registrados que corresponden a cabarés, prostíbulos o club nocturnos.

Masajes eróticos y Spa

El erotismo no solo está presentes en los denominados night club. En un departamento de un condominio en la cuarta etapa de la Alborada existe algo difícil de imaginar para la apariencia del lugar, un servicio de masajes tipo spa, que en ocasiones va más allá de eso.

El departamento conserva su estilo hogareño. Muebles de sala, televisor pantalla gigante, ventana con cortinas, floreros, cuadros, aire acondicionado y lámparas; un escenario común. Sin embargo, sus habitaciones esconden otras cosas.

Este lugar brinda servicio de masajes con ropa, en ropa interior, desnudos, y el servicio de sauna y de mujeres voluptuosas.

“Desnúdate cariño”, ordena Lorena, una robusta guayaquileña de 26 años, mientras se dispone a realizarle un masaje corporal a Daniel, uno de los clientes de este lugar, quien nos contó su experiencia. Él realiza obedientemente las indicaciones que le da la mujer.

“¿Me cancelas primero, amor?”, pregunta Lorena. De inmediato, Daniel saca un billete de 20 dólares del bolsillo de su camisa y paga. Solo una luz fluorescente pintada de color rojo alumbra la habitación. Lorena enciende un incienso de canela, el ambiente empieza a impregnarse de ese aroma y coloca música jazz para relajar a su cliente.

Ambos están completamente desnudos. Comienza al servicio del masaje. La mujer le aplica aceite aromático en todo el cuerpo mientras masajea, suavemente, desde los brazos hacia abajo.

Mientras Lorena continúa con el masaje, que ha logrado encender el cuerpo de su cliente, dice con sensual tono, bromeando: “Mi amor relaja tus músculos que no muerdo”. Un cuadro de una santa, que está colgado en la pared, es testigo inmóvil de esa escena.

“A mí no me gusta el sexo, pero lo hago porque esto es un gran negocio, deja mucho dinero, más o menos el triple de lo que ganaba antes y en un par de días”, comenta la joven, quien no da cifras pero cuenta que antes era recepcionista de un hotel en el centro de Guayaquil.

“Aquí han venido hombres muy guapos, de clase media y alta, pero para nosotras es prohibido enamorarnos de nuestros clientes o mantener algún otro tipo de contacto que no sea de trabajo, si algún cliente desea sacarnos para llevarnos a un hotel, tiene que pagar su precio”, explica Caroline, una menuda jovencita de cabellos rizados y piel trigueña, de unos 22 años.

La sesión del masaje dura entre 15 a 20 minutos. La gruesa cortina de la habitación impide que la luz exterior ingrese, la música instrumental continúa sonando y Lorena empieza a inquietar más a su cliente en busca de que este pague por algún servicio adicional.

El servicio de masajes, en muchos casos, encubre algo más y cada vez son más comunes.

En varios sitios webs se encuentran clasificados de hombres que ofrecen sus servicios de masajes para mujeres, con titulares como: “Exclusivos masajes a damas”, o “masajes privados para señoritas”.

Jonathan, un masajista que contactamos en uno de esos avisos, cobra por un masaje para damas $ 40, pero dependiendo del sector se determina el costo final.

El contacto entre el cliente y las chicas es por PIN de BlackBerry o por redes sociales. Está prohibido que los clientes pidan números telefónicos o viceversa. El trato es siempre discreto.

Afuera, a la sala, llegan dos hombres más, son jóvenes y lucen tímidos. “Solo estamos tres chicas, tú eliges cuál deseas”, responde Caroline, mientras salen de un corredor las dos más. Uno ingresa con Caroline, el otro espera en la sala.

Han pasado 20 minutos, Lorena termina de hacer su trabajo, se coloca su tanga, su brassier, su minifalda de cuerina y una blusa que deja entrever un piercing en su ombligo.

Daniel aún luce temeroso “pero complacido”, toma una toalla blanca y se dirige hacia el baño. Al cabo de unos minutos retorna a la habitación, se viste y sale.

Lorena le abre la puerta y lo despide con un beso en la mejilla: “Cuídate y vuelve pronto cariño”, le dice, mientras su labor continúa hasta las 22:00 como todos los días.

Al grano

‘Algunos spas operan clandestinamente’

El director de Justicia y Vigilancia del Municipio de Guayaquil, Xavier Narváez, explicó: “Esos llamados spas, gabinetes de masajes, se manejan en la clandestinidad, que son situaciones incontrolables porque son sitios cerrados, privados, y si nosotros no tenemos una denuncia en concreto no podemos presumir ni proceder, porque no podemos irrumpir en el inmueble”.

Narvàez enfatizó en que “no confundamos que un night club es un prostíbulo, son espectáculos de desnudos. El único sitio para ejercer la prostitución es la calle Salinas”. Narváez señaló que respecto a los locales que se ubican en el centro comercial Bahía Norte, junto a la terminal terrestre, según la ordenanza, está autorizado el uso de suelo para bares, discotecas y night clubes.

“A mí no me gusta el sexo, pero lo hago porque esto deja mucho dinero, más o menos el triple de lo que ganaba antes y en un par de días”.
LORENA, 26 años
masajista

“Nosotras tenemos prohibido enamorarnos de los clientes o pedirle el número de celular, aquí vienen tipos muy guapos de clase media y alta”.
CAROLINE,
masajista