Una fuente privilegiada de la enseñanza social de los papas, durante el pontificado de Pío XII, fueron los Mensajes navideños. Muchos católicos y no católicos los esperaban, como orientación de la vida personal, nacional e internacional.

El grande Paolo VI continuó este magisterio en los Mensajes en ocasión de la celebración de la Jornada de la Paz el 1 de enero. Benedicto XVI resume su Mensaje del nuevo año 2013 en la afirmación “Bienaventurados los que trabajan por la paz”. Comienza señalando los problemas que más amenazan la paz: “Creciente desigualdad entre ricos y pobres”, “Mentalidad egoísta e individualista”, “Un capitalismo financiero no regulado”, “Terrorismo y delincuencia internacional, fundamentalismos y fanatismos, que distorsionan la naturaleza de la religión”. A pesar de este resumen de males, no hay lugar para el pesimismo: “La paz es posible”, afirma el Papa, porque la aspiración a la paz es innata en la humanidad, en la que Dios, que es amor, ha impreso su imagen. Toda persona y toda comunidad religiosa, civil, educativa, cultural está llamada a trabajar por la paz”. ¿Qué es la paz? “La paz es un orden vivificado e integrado por el amor, capaz de hacer sentir como propias las necesidades del prójimo…”.

“La paz no es un sueño, no es una utopía; la paz es posible”. Bajo la masa de la división humana está la imagen de Dios amor que, como levadura, guía a la unidad en la diversidad y nos llama a contribuir en la creación de un mundo nuevo. La paz es “la construcción de la convivencia en términos racionales y morales, apoyándose sobre un fundamento, cuya medida no la crea el hombre, sino Dios”. La paz es convivencia en términos racionales y morales. El Papa señala una exigencia racional y moral: El respeto de la vida de un óvulo fecundado y anidado: La ciencia afirma que ese óvulo tiene un ADN propio, en él hay vida humana indefensa. Este óvulo no es un tumor, es un yo, que la madre alberga. Sobre esa base científica el Papa señala el mandamiento divino “No matarás”; y afirma: “El camino de la paz pasa ante todo por el respeto a la vida humana… desde su concepción hasta su fin natural”.

El Papa afronta uno de los problemas que afecta la existencia de la familia, cuna de la humanidad: “La estructura natural del matrimonio debe ser reconocida y promovida como la unión de un hombre y una mujer, frente a los intentos de equiparla con formas radicalmente distintas... que oscurecen su carácter particular y su papel insustituible en la sociedad”.

La vida pacífica exige también libertad religiosa: En los pueblos, en los que se ha superado el principio político “La religión del príncipe es (debe ser) la religión del pueblo” se reconoce la libertad religiosa como una libertad fundamental de los ciudadanos. Una mirada objetiva a la libertad en el mundo permite afirmar que esta libertad es menos respetada en Estados, cuya legislación es ajena a la fe cristiana.