Las plantas son alimento, medicina, vestimenta y protección divina para los indígenas de la selva. “Si muere un árbol, muere una vida sagrada”, dice William Yaiguaje Payaguaje, uno de los nietos del último siona del sur de Colombia, que tiene conocimientos ancestrales de las bondades de cada planta y sus combinaciones.

Él es guardaparque del Parque Nacional La Paya, elegido por los indígenas sionas para resguardar la biodiversidad de la selva, que se ve afectada también por la tala indiscriminada de los árboles y por la caza de especies emblemáticas y en peligro de extinción, como los manatíes, llamadas vacas marinas.

Este parque tiene una extensión de 422.000 hectáreas, en donde hay nacimientos de agua, bosques, áreas de pantano y ecosistemas que ya no se encuentran en el departamento del Putumayo, en Colombia (al noroeste de Ecuador), en parte por la colonización de la zona, dicen representantes de esta área. La Laguna La Apaya, un humedal de 3.000 hectáreas es uno de los sitios más representativos del parque, que ahora centra sus actividades en la investigación y en la conservación.
La disminución de la fauna ha hecho que las comunidades indígenas (cinco grupos nativos que viven en este sector) pierdan algunas de sus prácticas culturales.

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Para la protección de este ecosistema se han desarrollado programas como la diversificación de cultivos, en zonas que antes fueron intervenidas y en donde habitan comuneros, cuenta Jefferson Rojas, jefe de área del Parque Nacional La Paya.

“No queremos que la gente se centre en el monocultivo. Este destruye la tierra. Hemos trabajado con las familias que han querido labrar sus tierras. No se los obliga, sino que queremos que ellos se sientan felices con lo que siembran y producen. Se les enseña desde la importancia de sembrar variedad hasta cómo hacerlo, qué productos usar, porque los químicos también van a la tierra”, explica Rojas.

En esta labor están inmersos también los guardaparques de la comunidad, que son los que conocen los problemas básicos de cada zona y los que tienen más contacto con las poblaciones.

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El conflicto armado y los secuestros en manos de la guerrilla y de los paramilitares limitan los espacios para el turismo.