JORGE MARTILLO MONSERRATE
jotamartillo@yahoo.es.- Él es un personaje de carne y hueso. Su vida es literatura pura. Él es Cristóbal Garcés Larrea, guayaquileño de 88 años. Poeta de versos intensos. Viajero y amigo de grandes artistas, escritores y personajes de la cultura. Catedrático jubilado. Gran conversador y director de la revista Cuadernos del Guayas.

La semana pasada conversamos en la biblioteca de la Casa de la Cultura. Ahora camina ayudándose de un bastón. Aunque los médicos le han prohibido leer, lo sigue haciendo porque está tomado por el maldito virus de la literatura.

Recuerda su primer acercamiento con la literatura. De niño no le gustaba la sopa y para que se la tomará, Barbarita Mora, una señora negra y mayor que trabajaba en su casa, le contaba leyendas fantásticas que ella se inventaba. Después se enganchó con la lectura. Cuando estaba en tercer curso en el Vicente Rocafuerte empezó a escribir poemas y a ganar concursos. El colegio entonces contaba con profesores de gran cultura: Leopoldo Benites Vinueza, Clemente Huerta, Carlos Estarellas, Demetrio Aguilera Malta, Enrique Gil Gilbert, este fue su profesor de literatura y quien lo llevó a la buhardilla de Joaquín Gallegos Lara. "Como él no podía caminar utilizaba cuerdas y así se movía por todo su cuarto -evoca Garcés- Él era vigoroso, era un espectáculo verlo".

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De joven poeta estuvo deslumbrado por la poesía de Gonzalo Escudero, Pablo Neruda, Lautremont. Le pregunto por qué no ha reunido sus poemas en un libro. Sonríe y responde: "Un poco por un pudor sincero. La literatura es cíclica, hoy los escritores hablan un lenguaje que no es el mío, publicar vendría a ser extemporáneo. El día que me muera, alguien los recogerá".

En 1944, estudiaba en Quito, junto a Galo René Pérez, Jorge Enrique Adoum, Enrique Noboa Elizaga y otros publican la revista Madrugada, luego el grupo se expandió en Guayaquil y Cuenca. "Madrugada rompió, de cierto modo, con esa poesía de cartel que fue predominio de Pedro Jorge Vera, Antasio Viteri", señala.

Siempre la conversación de Cristóbal Garcés está matizada por sus viajes y anécdotas con grandes personajes. Experiencias que él considera sus "loterías literarias". Por esa ruta, en los años cincuenta, aconsejado por Benjamín Carrión, a quien considera su padre espiritual, emprende un viaje a Colombia y recorre ese país dictando conferencias y publicando artículos bien pagados.

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Cuando arriba a Barranquilla, la poeta Meira del Mar le presenta al grupo de escritores jóvenes. "¿Quién estaba ahí? -Me pregunta y él mismo contesta-. Nada menos que Gabriel García Márquez, Gabito, flaco en manga de guayabera de color, también Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas, etc. Se reunían en la librería del catalán Ramón Vinyes. Las tertulias eran con ron, cerveza, café, bromas, malas palabras y literatura. Al venirme, Gabo me dice: Mira, nunca he publicado nada en el exterior. Lleva este cuento y tú que perteneces a esa revista, hazlo publicar".

Garcés pertenecía a la revista Ateneo Ecuatoriano de Quito que se publicaba desde 1953. Entregó el cuento y el consejo de redacción lo vetó.

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Claro, aún Gabriel García Márquez no había publicado Cien años de soledad, 1967. "Se armó la gran pelotera. Yo me puse furioso. Decían que no valía ese cuento -narra Garcés-. Años después cuando encontré a Gabo en La Habana le conté esa historia y él me dijo: Tenían razón, el cuento era malo".

Pero el cuento, sí se publicó por gestión de Garcés. 'Alguien desordena estas rosas', está en el número 5 de Ateneo Ecuatoriano de octubre de 1954, en la sección Relato, entre las páginas 73-76. Otra anécdota. Cristóbal viaja a Bahía, Brasil, llevándole a Jorge Amado, la traducción al español de Gabriela, clavo y canela -a petición de Gonzalo Losada, dueño de la editorial Losada-.

En Bahía no encontró hospedaje en ningún hotel y se prestaba a dormir en la playa, pero Amado y su esposa le ofrecieron el sillón de su sala. "¿¡Te imaginas!? Fui por cuatro días y me quedé un mes. Jorge Amado era el alma de Bahía".

Otra historia es cuando desde Barcelona recibió un telegrama de Mario Vargas Llosa. Le anunciaba que rumbo a Callao, Perú, su barco atracaría en el Puerto Marítimo de Guayaquil a las siete de la mañana y partiría a las siete de la noche. Vargas solo conocía en Guayaquil a Garcés y quería que fuese su anfitrión, así como él lo fue en Barcelona.

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"¿Pero Dios mío, yo que vivo solo con dos perros y varios gatos, cómo lo recibo?", era su preocupación. En el Correo se encontró con Vicente Leví Castillo, quien le dijo: "Despreocúpate, lo recibimos en mi casa". Dicho y hecho, Vargas Llosa llegó con toda su tribu a casa de Leví, quien convocó a todos los diarios y canales de televisión y fue una noticia.

"A los dos días, José Guerra Castillo, primo de Leví, publicó un artículo sobre los secuestradores de Vargas Llosa -cuenta Garcés-. Decía: pasó por Guayaquil, el famoso escritor peruano, pero desgraciadamente cayó en manos de dos personajes, el uno debe haberlo llevado a que conozca su colección de perros -ese era yo-, y el otro, sin duda lo llevó a leer todas sus novelas". Así entre risas censan las anécdotas.

Indagó por la historia de la revista Cuadernos del Guayas, órgano de la Casa de la Cultura, núcleo del Guayas, y creada en 1948. Su primer director fue Carlos Zevallos Menéndez -presidente entonces del núcleo-, Cristóbal Garcés era el secretario de publicaciones.

Luego la dirigieron: Adalberto Ortiz y Francisco Pérez Febres Cordero quien como viajaba con frecuencia, un día le dijo: "Quédate tú con esa pendejada y se fue. Desde entonces y hasta ahora, me eligen y me reeligen. Dijo yo: no por mérito, sino que no hay otro pendejo que asuma ese trabajo -cuenta Garcés entre serio y bromeando como es su estilo-. Mira, tuvimos una imprenta que cuando Gutenberg inventó la suya, la de la Casa de la Cultura ya era vieja". Cuenta que cuando nombraron a Raúl Vallejo, ministro de Educación, le solicitó un texto para la revista. "Pero ese número, 'Saludando al ministro', salió cuando ya Vallejo no era ministro".

Retornan las risas. El último Cuadernos fue el número 68, se publicó en marzo del 2011. "Esa es la historia -dice alistándose para partir con su bastón, pero antes indica: "Ahora hay una maquinaria extraordinaria, ya está por salir el próximo número".

Ese mediodía, Cristóbal Garcés se retira lentamente. Él, un personaje de carne, hueso y literatura, que en su poema Balada para cantar, escribe: "Sepultadme cuando muera,/ entre las olas del mar,/ entre peces y veleros/ y medusas de cristal,/ y al que pregunte por mí,/ decidle: fue a navegar.// Tenía en el alma un canto/ hecho de plata y cristal./ Un canto que como un pájaro/ se le quería escapar.// No preguntéis más por él/ que ya jamás volverá,/ está cantando su canto/ en la azul inmensidad".