Nuestro país durante décadas, tal vez cientos de años desde la época del incario –cuando los herederos del imperio Inca, Atahualpa y su hermano Huáscar se enfrentaron en guerra por la disputa de la heredad territorial, con la posterior victoria de aquel sellada en la batalla de Quipaypán, y luego la unificación del gran territorio indígena–; desde esas épocas las cuestiones de límites fueron una lucha ardua entre ambas naciones, Ecuador y Perú.

Ecuador y Perú, países de un mismo origen étnico y ahora hermanados por el avance y la nueva relación del derecho internacional, tuvieron su última conflagración en 1995, el desgaste que conllevaba una guerra a nivel psicosocial como económico dejó grandes huellas en generaciones de ecuatorianos y peruanos, y que anhelo nunca deberá repetirse.

El Cenepa fue un episodio brillante, condujo esa acción un gran capitán, el general Moncayo, llevándonos a una victoria que definitivamente cerró la frontera que Ecuador mantuvo abierta, desde que el laudo Braz Dias de Aguiar en 1942 incidiera en el error geográfico, y que el mayor Francisco Sampedro descubriera luego.

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Me apena mucho que la gesta gloriosa por la connotación del conflicto del Alto Cenepa se vea empañada por declaraciones de ciertos personajes, y sea llevado a la arena política un episodio histórico que jamás debe ser considerado en esa dimensión, por el hecho de que los soldados que peleamos con decoro nunca tuvimos en mente recibir un galardón, peor un reconocimiento económico. Fuimos formados en la vieja escuela militar y el compromiso es con la patria y su pueblo, no con intereses personales ni políticos. Han pasado 17 años y la promulgación de la Ley de Héroes y Heroínas quiere reconocer a aquellos que con pundonor y gallardía defendimos esa heredad territorial. Mas, ahora se han levantado voces, unas a favor y otras en contra, y se quiere desconocer al grupo humano que hizo posible tal hecho. ¡Qué vergüenza! Recordemos que la condición de héroe en países de tradición beligerante, es distinta a la de países pacifistas como el nuestro. Nosotros peleamos por defender un espacio vital que heredamos, defendimos lo nuestro, y eso es inobjetable. El cumplimiento de la misión es un deber de todo militar profesional, pero se cumple el deber, la misión en otras palabras; desde cuándo se ejecuta un plan, se encuentra en los preparativos, en las aulas, en la instrucción y en las fases del enfrentamiento, en la protección de fronteras; desde ahí se cumple la misión. Una vez que se enfrenta al fuego enemigo, hay algo distinto, ahí se es o no se es un soldado, se intensifican las pulsaciones del corazón, la producción de adrenalina es más intensa, los sentidos se alertan, el insomnio y la vigilia es lo que prevalece, y el adiestramiento aflora para hacer gala de las mejores destrezas militares; ahí nace el héroe. Cuando una bala asesina quita la vida del soldado, lo convierte en un mártir porque muere en el campo de batalla; el herido en combate es un mártir porque enfrenta el fuego sin discreción. Lo más excelso de las muertes, es morir por su patria. El héroe en el campo de batalla es distinto, porque sabe que va a morir, porque las circunstancias así lo determinan, y si sobrevive es un recaudo de cuán bien llevado y conducido está en el combate.

No es mejor guerrero quien más muertos tiene de su lado, sino el que protege la vida de los suyos.

Mi alma se constriñe cuando oigo decir que los que buscamos un reconocimiento es por “la platita”, o sea por intereses en monetario; ¡eso jamás! La patria lo está diciendo muy seriamente a través de sus legisladores al promulgar una ley que hace merecido reconocimiento a quienes dimos identidad férrea a nuestro país; sin esa gesta hubiéramos seguido en el enclaustro del conflicto, sin progreso económico, sin personalidad para enfrentar una nueva era. Pasarán cientos de años, muchísimas generaciones de jóvenes, nuevos ecuatorianos, nuevos gobiernos, nuevos políticos; y la gesta del Cenepa, Tiwintza, Teniente Ortiz, Etza, Soldado Monge, continuará ahí con nuestros nombres bruñidos en el bronce de la eternidad.

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Guillermo Emilio Pacheco Pérez,
teniente coronel de Estado Mayor (sp), combatiente del Cenepa, Samborondón