Con plausible unanimidad (un solo voto en contra), la Asamblea Nacional aprobó la Ley para la Regulación y Control del Tabaco. Su artículo once dice: “La Autoridad Sanitaria Nacional, en el marco de la política pública en salud, definirá e implementará el programa para el control del tabaco y la desestimulación de su consumo, dando prioridad a niños y adolescentes”.

Para quien adquirió el hábito, dejar de fumar definitivamente es sobremanera difícil: se precisa de férrea voluntad y capacidad para tolerar días y semanas de profundo malestar. El síndrome de abstinencia de la nicotina es tan fuerte como el de potentes drogas. Apenas se puede exagerar cuánto han hecho en otros países psicólogos, educadores, programas y políticas de ayuda, para que el adicto deje su adicción pero los resultados han sido muy pobres. Por otro lado, adquirir el hábito es fácil, facilísimo. Bastan pocos días o semanas de fumar y ya la persona queda presa del cigarrillo.

Por todo esto, es esencial el aspecto de la prevención al cual se refiere el artículo once de la Ley. ¿Quiénes y cómo comienzan a fumar? Antaño, quienes comenzaban a hacerlo eran ya adultos. Ahora, y cada vez más, son los adolescentes y aun niños menores de 15 años. Salvo excepción, niños y adolescentes (chicos y chicas) no comienzan a fumar solos y por propia iniciativa. Hay algún amiguito que ya es víctima de la astuta promoción y que induce a que el otro también fume. Para el adolescente que afronta una edad crítica en la que tiende a consolidar su personalidad, la exigencia de asimilarse gregariamente compartiendo el uso del cigarrillo, hace su efecto. Se forman cadenas de uno a otro adolescente y con la repetición del fumar se desarrolla la temprana dependencia.

Las grandes empresas tabacaleras inventan procedimientos cada vez más sofisticados para presionar al no fumador, con preferencia a los adolescentes. No hace mucho, a la salida de ciertas escuelas y colegios, se entregaban gratuitamente unas cajetillas con el empaque igual al de un paquete de cigarrillos, pero que contenía unos “cigarrillos” de chocolate. Los muchachitos “fumaban” con deleite, imitando a los adultos.

Tiempo atrás, cuando aún no estaban exhaustivamente probados los daños individuales y sociales que produce el hábito, artistas famosos que aparecían en películas o programas de televisión y asomaban fumando, recibían honorarios de las correspondientes tabacaleras. Sin embargo, poco a poco, en los países desarrollados, amplias campañas de prevención y educación sobre los penosos e inexorables efectos del cigarrillo, llevaron a un acentuado descenso del número de fumadores. Desde hace años, en tales países, se prohibió fumar en lugares públicos, incluyendo restaurantes, bares y discotecas. Era evidente que el ambiente de bares y discotecas resultaba propicio para el uso del tabaco, en especial entre los jóvenes. Con la medida, se cortó una fuente de contagio del hábito entre los muchachos. Excelente sería aprovechar tales experiencias con el afán de desestimular el consumo del tabaco entre los más jóvenes, preservándoles su salud.