Marcelo, nombre protegido, no quiere ingresar nuevamente al hospital de infectología José Daniel Rodríguez. Él lo único que pide es la entrega de sus antirretrovirales, los que toma desde hace ocho meses, para combatir el VIH.

Los doctores de este hospital le insisten en que por sus condiciones, su dificultad para respirar y la pérdida notable del cabello, es indispensable que se interne en este centro.

Las recomendaciones no son escuchadas por Marcelo, de 35 años, a quien se le desmejora el rostro tan solo de oír la posibilidad de quedarse otra vez allí, donde fue internado en diciembre pasado. Frunce el ceño y mueve la cabeza de un lado para el otro. “Yo no puedo, no tengo a nadie en Guayaquil”, dice. Él llegó desde El Coca (provincia de Orellana) el martes pasado, a las siete de la mañana luego de 17 horas de viaje por sus antirretrovirales.

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“El 11 de abril en farmacia me dijeron que no había el Efavirenz (uno de los tres medicamentos de su esquema)”, señala él, mientras añade que no la tomó durante ocho días. Recuerda que ese día hubo unas 300 personas haciendo fila en ese hospital, los que tampoco, según él, recibieron la medicina.

Una vez que sale de Infectología con sus fármacos, comenta que no quiere regresar, porque en las dos ocasiones anteriores que estuvo ingresado bajó mucho de peso y no quiere pasar de nuevo por eso. “La primera vez tenía 112 libras y salí con 80; la segunda, con 70, ahora tengo 102, he subido 30 libras, me ha costado subir, me da miedo regresar..., la comida es pésima”. Además se queja de la falta de enfermeras. “No hay quién te cambie el suero”.

Ante la insistencia de los médicos indica que regresará porque sabe que no está bien. Lo que más le preocupa ahora, es que en su trabajo le pregunten para qué tanto permiso.

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Este miedo también lo tiene Rita, de 34 años, pero de que algún vecino la reconozca cada vez que va a Infectología. Ambos forman parte de los 3.000 pacientes que reciben antirretrovirales de las 5.000 personas con VIH, que se atienden allí.

Ella vive en Guayaquil, pero sabe de su enfermedad desde hace nueve años cuando falleció su esposo. A ella su cónyuge jamás le dijo que tenía VIH. Con él tuvo tres hijos, a quienes debió hacerle la prueba para ver si se infectaron. “Gracias a Dios, no”, rememora Rita, quien al recordar esta etapa de su vida, no puede evitar llorar. Reconoce que antes de su diagnóstico no sabía del VIH.

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Ella no logra entender por qué las autoridades de salud insisten en decir que nadie dejó de tomar su medicina. “Yo no recibí ni Abacavir ni Efavirenz (dos de las tres pastillas de su esquema) el pasado 28 de marzo”, sostiene Rita. No las tomó durante tres días.

Se muestra disgustada y agrega que retomó el tratamiento el pasado 1 de abril, porque en la Fundación Amigos por la Vida le ayudaron con medicina.

“Yo me estreso, es una incomodidad venir, es mucha mentira que a uno le digan que no pasan cosas horribles en este hospital, mas cuando la gente pasa y ve la fila..., saben que son pacientes con sida, la gente te mira extraño”, anota Rita.

La paciente señala que para ellos (Infectología) “es fácil decir no hay Abacavir”, pero cuando los pacientes no van un día a retirarla, los mandan a psicología, no le entregan la medicina hasta que no explique por qué no la recogieron.

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La directora provincial de Salud del Guayas, Rosario Cantos, niega que los pacientes hayan descontinuado su tratamiento y evita dar más declaraciones.