Era sábado, con mi hijo de 6 años, observaba la segunda parte de un evento de fútbol que se jugaba en nuestro país. Un jugador fingió una falta inexistente; un delantero de uno de los equipos efectuó un tiro penal y marcó el empate. Mi hijo me dijo: “papá, ese jugador está haciendo trampa. Le respondí, “hijo, no importa, al final quien actúa mal nunca gana”. Esta es una frase que repetimos con frecuencia mi esposa y yo a nuestros hijos.

Pero luego me vino la pregunta a mi mente: ¿cómo le explicaría a mi hijo si a pesar de que el mal nunca gana, se diera el caso de que en esta ocasión terminara perdiendo el equipo que sufrió la injusticia? Para mi fortuna, ganó, pero me quedé con un sabor amargo porque la deshonestidad se observa fácilmente en la vida diaria, y este entorno hace difícil (no imposible) guiar a nuestros hijos; a fin de que las próximas generaciones cambien el rumbo de la humanidad. Dirán como se escucha en unos comentarios de ciertos “profesionales” en programas deportivos: “así es el fútbol”; pero esta afirmación suena a resignación. Gracias a Dios hay quienes pensando en el futuro, trabajan inculcando honestidad cuando tienen ascendencia sobre los muchachos; es el caso de entrenadores, profesores, padres. Por internet hemos visto historias como la de Valter Birsa, jugador esloveno que en el fútbol francés convenció a un árbitro de no expulsar a un jugador rival, después de que el árbitro le sacara tarjeta roja por una supuesta agresión; y luego el árbitro Philippe Malige, también puso de su parte ofreciéndole disculpas al jugador que pretendió expulsar.

Espero que estos ejemplos lleguen a ser homologados y podamos en las próximas fechas, comentar que acá en nuestro país también hay verdadero fair play (juego limpio), honestidad.

Publicidad

Óscar Flores V.,
tecnólogo en mecánica, Guayaquil