Imágenes inéditas, captadas a través de trampas cámara colocadas en San Antonio de Puntzán, norte del Parque Nacional Sangay (parte oriental del volcán Tungurahua) muestran a diferentes tapires andinos en actividad, en el que podría ser uno de sus últimos refugios de esta especie en Ecuador.

Las fotos son el resultado del Proyecto de Conservación del Tapir Andino (PCTA), que con apoyo del Grupo Especialista de Tapires de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), Finding Species, Centro Ecológico Shanca Arajuno y la Fundación Óscar Efrén Reyes, se enfocan en el estudio y cuidado de las poblaciones de esta especie en las estribaciones orientales de los Andes centrales.

El plan, que se ejecuta desde junio del 2007, se concentra en unas 24 mil hectáreas y además del Sangay incluye al Parque Nacional Llanganates.

Publicidad

El tapir andino (Tapirus pinchaque) es un tímido y mítico herbívoro, al que también se llama danta de montaña porque reside en los páramos y bosques de los Andes de Colombia, Ecuador y el norte de Perú. Sin embargo, por la extensa colonización humana ha visto reducido su hábitat hasta el punto de estar confinado a zonas de difícil acceso.

Según datos de la UICN, el tapir está en la lista roja de especies amenazadas del planeta y otros estudios estiman que no quedan más de 2.500 en los Andes de los tres países, por lo que se lo ha catalogado en peligro de extinción.

Hugo Mogollón, director ejecutivo de Finding Species, explica que los parques Sangay y Llanganates, y el corredor que existe entre ellos desde la ciudad de Baños (Tungurahua), representa uno de los remanentes más grandes de hábitat del tapir. Las fotografías con trampas cámara, en total 14 instaladas por ahora en Sangay, son las primeras logradas en el país con esta investigación.

Publicidad

Una experiencia similar y con esa tecnología se dio en Perú, en julio del 2010, con las primeras fotos de tapires captadas en el Santuario Nacional Tabaconas Namballe (SNTN), un área natural protegida.

Luis Sandoval, experto del Grupo de Especialistas en Tapires de la UICN, cuenta que los equipos son colocados en sitios estratégicos del bosque, de manera que pasan desapercibidos para el animal. Funcionan mediante un censor infrarrojo que dispara cuando algo pasa frente a ellos. Una vez captadas las imágenes, se analizan características como manchas o cicatrices para reconocer diferentes individuos y estimar la cantidad de tapires que están en ese sitio, así como sus patrones de comportamiento y actividad.

Publicidad

Andrés Tapia, uno de los investigadores que dirige la Estrategia Nacional de Conservación de los Tapires, añade que gracias a las fotografías los datos sobre la presencia de la especie dejaron de ser anecdóticos, es decir, basados en entrevistas o encuestas a la población; e indirectos (con la observación de huellas o rastros), por lo que el estudio adquiere mayor valor científico.

De hecho, los análisis preliminares basados en lo captado por las cámaras revelan que en las tardes y madrugadas los tapires tienen mayor actividad. Adicionalmente, se han ido trazando los lugares en donde los tapires pueden estar con la búsqueda de huellas, heces, rastros de plantas comidas, proceso conocido como “ramoneo”, y poco a poco construyendo la historia natural de este animal.

La danta cumple una función vital en el funcionamiento de los bosques. Además de ser el alimento de carnívoros como los pumas y osos, se encarga de dispersar especies vegetales de las que se alimenta. Las semillas pasan por su sistema digestivo y salen listas para germinar. Por eso también se le conoce como “el jardinero de los bosques”.

Diana Bermúdez, bióloga asociada a Finding Species, cuenta que este herbívoro se alimenta de más de 300 especies vegetales, por lo que su desaparición significaría una pérdida del equilibrio para otras especies. La danta sufrió una intensa cacería en décadas pasadas, pues su carne, según creencias locales, es apetecida porque se cree que tiene propiedades curativas, “mágicas” e incluso afrodisiacas.

Publicidad

Segundo Rodríguez, habitante de la parroquia El Triunfo, cantón Patate, zona de influencia del Parque Llanganates, comenta que cuando llegaron los primeros comuneros a esta zona había tantos tapires que pudieron vivir mucho tiempo de su carne mientras sus tierras estaban listas para producir y sus potreros aptos para el ganado.

Hoy, él es uno de los principales conservacionistas locales de la especie y quien impulsó junto a otros comuneros la creación del bosque protector que en 1996 se convirtió en el Parque Llanganates. Nelson Palacios, habitante de San Antonio de Puntzán y de unos 60 años, es otro conocedor del bosque. Guía a los científicos por las montañas y protege a la especie de cacerías.

Aunque para Juan Pablo Reyes, de la Fundación Óscar Efrén Reyes, hay amenazas más peligrosas, como la construcción de carreteras, proyectos hidroeléctricos, la minería y la ampliación de monocultivos agrícolas y forestales, lo cual debería considerarse antes de otorgar licencias ambientales.

Conscientes de que las comunidades situadas en el área de influencia de los parques son actores determinantes en la conservación, el PCTA ejecuta programas educativos para orientar a la población, dirigidos a niños y adultos.

Sin embargo, a criterio de Verónica Quitigüiña, analista de Políticas de Finding Species, las autoridades también deben involucrarse. Mogollón afirma que se ha trabajado en coordinación con el Ministerio del Ambiente y las administraciones de los Parques Nacionales involucrados, así como con algunas entidades extranjeras y locales que hacen posible el financiamiento de este estudio.

“Los datos científicos y las fotografías refuerzan nuestro trabajo, pero esta especie será protegida donde las comunidades la aprecien. El PCTA trabaja para crear ese aprecio”, expresa.