En el mundo occidental contemporáneo, la medicina es víctima de su propio éxito, de la misma manera que la psiquiatría actual, como afirmaba Paul Bercherie sobre esta última.Me refiero al hecho de que la práctica médica, entendida como una empresa comercial, sujeta a políticas de mercadeo y promoción de consumo que se ofrece ante las demandas de los pacientes, está echando a perder la buena medicina, aquella singular “relación médico-paciente” sobre la que filosofaba don Pedro Laín Entralgo y que nuestros profesores intentaron enseñarnos en la facultad. Asistimos a una época en la que la medicina privada amenaza convertirse en una tecnología para la prestación de un servicio, a cambio de honorarios suculentos y regulada por políticas comerciales.

Llegué a esa conclusión hace pocos días conversando con un colega, cuya esposa está afectada por un cáncer abdominal, a quien el “prestigioso” cirujano oncólogo accedió a operar solo si mi amigo se comprometía a realizar la quimioterapia posterior exclusivamente con el “socio” clínico del cirujano, un médico que importa medicamentos y los vende directamente a los pacientes. Sabemos que esas conductas están prohibidas por las leyes y por la ética; sin embargo, es común escuchar que algunos médicos forman “consorcios” entre sí, y con laboratorios y servicios de imagenología, para derivaciones mutuas, y solo aceptan exámenes o tomografías realizadas donde sus asociados. Como concluía mi atribulado amigo: “En esta crisis, aprendí mucho sobre la miseria de la condición humana, la de algunos médicos, y si ellos son capaces de tratar así a un colega, ¿cómo tratarán a los que no lo son?”.

Por otra parte, escuchamos cómo algunos ginecólogos, pediatras, odontólogos y otros especialistas de mucho éxito, han construido verdaderas “cadenas de montaje” en sus amplios consultorios divididos en tres cubículos, donde atienden simultáneamente a otros tantos pacientes en el mismo tiempo que antes le dedicaban a uno solo, pero con el triple de rentabilidad. Si a ello añadimos la influencia de la poderosa industria farmacéutica para que los médicos prescriban sus fármacos, y los límites que algunos seguros de salud y ciertas medicinas prepagadas imponen a los galenos obstaculizando una buena práctica médica, obtenemos un panorama que no lo hubiera imaginado el mismísimo Henry Ford.

Hay que socializar la medicina. Pero socializarla no es “socializarla”, es decir no supone entregarla a un partido político o al socialismo de ningún siglo. Hay que trabajar profundamente en las facultades de medicina para recuperar el sentido social de su práctica entre los estudiantes. Hay que destinar el presupuesto suficiente para que nuestros hospitales y centros de salud estén bien equipados y abastecidos en sus farmacias. Hay que construir otros si los que existen no bastan. Hay que convocar a concursos para que nuestras casas de salud cuenten con el mejor personal suficiente y bien pagado. Hay que frenar la demagogia en la planificación y ejecución de las políticas de salud pública: solo se debe ofrecer lo que se puede cumplir. Hay que subvertir la posición de poder que subyace al discurso de algunos médicos. Hay que educar a la población respecto a sus derechos en torno a la salud. Finalmente, quizás hay que “reeducar” a ciertos médicos, incluyendo a algunos muy “prestigiosos”.