Será un día como cualquier otro, mas existe una fascinación morbosa por el Juicio Final: terremotos, inundaciones, tsunamis, huracanes, llegada del juez implacable, estridencia de trompetas descocadas. El tema de los desastres naturales llena salas de cine, vibramos con La guerra de las galaxias. En vez de imaginar un Dios misericordioso evocamos el Pantocrátor de mirada pavorosa.

El calendario maya no habla del Fin del mundo sino del inicio de una nueva civilización, lo que sería la mejor noticia del siglo. Empezaríamos a desconfiar de los bienes materiales, buscaríamos valores eternos de solidaridad, justicia. El amor podría salvar a la humanidad pero lo estamos deshaciendo, le ponemos precio: más importante resulta la envoltura que su contenido. ¿De qué sirven senos opulentos de silicona si detrás de ellos se anida la más desolada de las almas? ¿De que sirve el peinado más sofisticado si oculta un cerebro que funciona en cámara lenta? El posible fin de un mundo o de una civilización debería hacernos recapacitar. Amar es ponerse en el alma de nuestra pareja, no solo en su piel. Lo más hermoso que nos puede suceder es construir un amor eterno y sé que es posible cuando domesticamos la ternura.

El día 22 de diciembre del año 2012 será uno más. Muchos sin embargo se arrepentirán de tal o cual error, pecados solapados, infidelidades, egoísmo consumista, pero si no ocurre nada volverán a la misma frivolidad. Aquello de las películas de cataclismo lo vivimos a diario dentro de nuestra realidad. Se calienta el planeta, se enfrían los terrícolas, se humanizan los animales, se bestializan los humanos. El 22 de diciembre del 2012 se llenarán las iglesias, las sinagogas, las mezquitas, se oirá como leitmotiv el trillado “¡Ten piedad!”. Somos nosotros los llamados a practicar la piedad, la compasión, pues si hay un Dios poderoso en el cielo, ha de poseer una paciencia divina frente a nuestras grotescas ínfulas, debe sonreír con ironía frente a lo que nos impulsa a ser diferentes: nuestro automóvil, la ropa cara que lleva nombre de moda. Confieso que casi nunca recuerdo cómo va vestida la gente con la que comparto momentos hermosos ni tampoco miro sus zapatos; en cambio jamás olvido su forma de darme la mano, su manera de mirarme: aquellos contactos pueden emocionarme, intrigarme, apasionarme. No conozco nada tan hermoso como la mirada de un ser humano o la de un animal. Me desespera la frivolidad, sé cuán breve es la vida, cuan caprichosa la fortuna, terminamos vestidos de madera creyéndonos superiores por una que otra tontería cara que los demás no poseen o por una cultura que no pesa mucho al lado de la auténtica gentileza.

El refugio recomendado para el cacareado Fin del mundo es una montaña cerca de un pueblito francés de doscientos habitantes llamado Bugarach. Venderán amuletos, velas, estampas de santos (¡hay 6.538 en el martirologio romano!). Debemos fomentar el turismo de los últimos días. Creo en un Dios que dice: “¡No temas!” (La Biblia menciona esta frase 366 veces. ¿Lo sabían?).