Pedro X.Valverde Rivera
La Revolución Ciudadana festeja a todo pulmón sus tres años con el poder absoluto de la República.

Digo Revolución Ciudadana y no Alianza PAIS, porque así, incluyo a todos los pelucones, vivarachos, acomodaticios y ex chiros que, gracias a la revolución ciudadana, han cambiado de estatus, pero que les importa un carajo la ideología o la visión social del partido verde.

Estoy convencido de que cuando Alberto Acosta, Fander Falconí, Gustavo Larrea y los otros “padres” de la revolución, iniciaron el proyecto político hace algunos años y luego de estudios de campo y levantamiento de información del equipo contratado para tal fin, escogieron al candidato que más se aproximaba al perfil ganador, diseñado por el equipo consultor de estrategia política, responsable del proyecto, jamás se imaginaron de lo que este joven economista sería capaz de hacer con poder.

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Difícilmente un padre, cuando juega con su hijo en sus primeros años de vida, puede imaginar que ese hijo, llegado a la adultez, pueda ser capaz de maltratarlo, negarlo o ridiculizarlo.

A esa edad, el padre es el referente natural del hijo. Y con los años, se convierte en su héroe. Igual pasa con Acosta y los otros. Son como aquellos padres humildes, que con grandes sacrificios juntaron lo necesario para educar a su hijo, para formarlo como un hombre de bien, y este, cuando alza vuelo y alcanza éxito, simplemente les vira la cara, se avergüenza de ellos y finalmente los olvida.

Ellos vivieron en una sociedad en la que sus pensamientos de socialismo extremo no tenían cabida; infiltrados en la prensa, en las ONG de derechos humanos, estudiando sociología, haciendo consultorías, organizando foros, sobreviviendo hasta la venida del elegido que los lleve al poder.

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Ellos vivieron la frustración de no tener voz, de ser minoría, de ser los marginados de la política.

Hoy que finalmente llegaron al poder gracias a su tenacidad y esfuerzo, el delfín, el elegido, el que no sufrió, el que no padeció, el que estudiaba en Europa mientras ellos se fajaban en las calles o incluso en la cárcel, les da la espalda. Ya no los necesita. El último que quedaba a bordo, se fue. El SÍ tiene dignidad, el SÍ se respeta a sí mismo; por eso se fue.

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Ellos (los padres) no celebran;  saben que el proyecto está sentenciado gracias al despilfarro, la bilis, la improvisación y el descontrol del poder absoluto.

Celebran extasiados los incompetentes que hoy, de la noche a la mañana son ministros, subsecretarios o directores del algún organismo del nunca tan obeso Estado, con las honrosas excepciones de unos poquísimos valiosos a quienes respeto y aprecio.

Celebran los poderosos, que siempre le han hecho trampa al Estado y que hoy, gracias a sus padrinos en el régimen seguirían, como Johnny Walker, tan campantes.

Celebran los que están asegurando el futuro de sus tataranietos con las “oportunidades” que esta revolución les ha otorgado, con cargo al presupuesto del Estado.

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Y obviamente celebra, y con todo derecho, Rafael Correa: uno de los fenómenos políticos más importantes del siglo en el Ecuador.

¡Qué hiciste Correa! Tú eras el hombre. Yo confié en ti.

Tuviste todo para cambiar el país y mira lo que has hecho… Mira cómo tienes al país… tu revolución se desmorona, las esperanzas de las masas se están consumiendo entre apagones, desempleo, cadenas nacionales y más pobreza.

Ya es irreversible, es cuestión de tiempo. Qué desperdicio. Pobre país.