La lectura puede ser un deleite, un refugio, una respuesta, una interrogante, una compañía, una consejera, una provocación, un cuestionamiento. Convencida de ello, la busco con frecuencia y encontré un texto que me pareció muy actual y parece responder a algunas inquietudes que quizás comparten algunos de los lectores.

Ese texto dice: “Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable, participar más todavía en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres, ser más instruidos, en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más, tal es la aspiración de los hombres de hoy, mientras un gran número de ellos se ven condenados a vivir en condiciones que hacen ilusorio su legítimo deseo”.

Identifiqué en lo dicho lo que ocurre a muchos ecuatorianos de todas las edades, y cuando seguí leyendo, me di cuenta de que en estos días esto no ocurre solo en nuestro país, sino en el mundo y que hoy, además, hay que tener en cuenta que el avance tecnológico ha producido lo que algunos llaman un choque de civilizaciones generacionales entre lo tradicional y la realidad que el cambio tecnológico ha construido, lo cual crea la posibilidad y hasta el deseo de ruptura total con lo que era, sin lograr consolidar lo que es, quizás porque la rapidez de los cambios lo impiden, y mucho menos, iniciar con certeza la construcción de futuro.

La realidad descrita en uno de los párrafos anteriores y la reflexión del que antecede nos ponen frente a un panorama difícil e incierto, en el cual según el texto que comento, “la tentación se hace violenta que amenaza arrastrar hacia los mesianismos prometedores pero forjadores de ilusiones”.

Y cuando la ilusión se convierte en desilusión, el riesgo es que surja “conflicto entre los derechos privados adquiridos y las exigencias comunitarias, toca –entonces– a los poderes públicos procurar la solución con la activa participación de las personas y los grupos sociales”.

El escrito menciona una y otra vez la necesidad de participación consciente de los seres humanos en su desarrollo y en el de su comunidad, al que define como “el paso para cada uno y todos, de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas”, porque “el hombre no es verdaderamente hombre, más que en la medida en que, dueño de sus acciones y juez imparcial de estas, se hace él mismo autor de su progreso”.

Es claro, entonces, que no hay verdadero progreso, verdadero desarrollo, sin libertad y sin participación de los seres humanos en la construcción de su comunidad; de otra manera, ciertamente, se cae en la posibilidad de comprar la ilusión que cualquier demagogo ofrece, y que un valor fundamental para lograr el progreso humano es la solidaridad, y el entendimiento de que “el desarrollo auténtico y verdadero no consiste en la riqueza egoísta y deseada por sí mismo, sino en la economía al servicio de los demás”.

El texto al que me refiero fue escrito en 1967 por el papa Paulo VI, es su encíclica Populorum Progressio, que cumple ya 50 años. Vale leerlo y preguntarnos si es aplicable a lo que vivimos. (O)