Maya Angelou, la gran poeta estadounidense, fue violada por un conocido de su familia a los 7 años. Ella lo nombró y por eso fue detenido, aunque inmediatamente liberado. Esa misma noche fue asesinado a patadas. La niña Maya pensó que era culpa suya la muerte del desgraciado por haber contado quién era, ella entonces optó por guardar silencio cinco años. En esos años leyó todos los libros de la biblioteca de su escuela segregada para negros y los que conseguía de la escuela de blancos. Memorizó cuanta poesía pudo encontrar desde James Weldon Johnson hasta Shakespeare. Cuando decidió volver a hablar lo hizo en miles de ritmos y tonos, creciendo a ser la belleza de mujer que fue por más de 80 años. Un ser excepcional que nos regaló para la eternidad su voz, pero sobre todo sus enseñanzas de una existencia dedicada a la lucha por los derechos civiles.

Maya decía que la violación a un niño es catastrófica en muchas dimensiones porque, entre otras penas, introduce el cinismo muy temprano en la persona, lo que hace que la criatura pase de saber poco a no creer en nada. Ella creyó salvarse de ese destino lúgubre por haber podido elegir su mudez para leer, aprender de la vida de otros hasta aprehender así su propio ser y moldearlo a una vida de poesía que mostrara las injusticias al punto de conmovernos a hacer algo contra ellas.

A la tristeza de abusos en centros educativos se suma la atroz red de pornografía infantil y pedófilos que empieza a develarse en el colegio réplica Aguirre Abad. Más de 100 niños han sido víctimas de abuso sexual por al menos cuatro hombres y la complicidad de quién sabe cuántos cobardes más. Tantos niños agredidos por tanto tiempo tienen que haber mostrado muchos signos de la monstruosidad que estaban sufriendo, pero nadie actuó para defenderlos. En esa escuela ni los compañeros, ni los profesores, ni las autoridades dijeron nada. Unas pocas madres pidieron respuestas y fueron amenazadas, muchas callaron también. Esa es la educación de la década desperdiciada del correato: instruidos para callar en lugar de gritar contra la injusticia.

Logremos una educación que libera, con maestros atentos que, ante la duda por un comportamiento inusual, investigan, protegen a nuestros jóvenes, les dan voz para descubrir al monstruo que generalmente está en la familia o cerca de casa, en la escuela o en la iglesia. A ese demonio de carne y hueso que abusa porque puede, porque sabe que la mayoría calla, que pocos creen y que si lo pescan dirá que no hay pruebas, conseguirá un padrino que lo salve en un sistema judicial podrido.

Que el final del poema de Angelou A pesar de todo me levanto nos ayude a encontrar valentía para hablar de sexualidad sin prejuicios, para escuchar a los niños y adolescentes, para protegerlos y defenderlos o al menos lograr condenar a cada acosador y sus silenciosos cómplices:

“…Desde los cobertizos de una vergüenza histórica/ Me levanto/ De un pasado enraizado en el dolor/ Me levanto/ Soy un océano negro, impetuoso y extenso,/ Fluyendo y embravecido soporto la marea./ Dejando atrás noches de espanto y miedo/ Me levanto/ En un nuevo día asombrosamente claro/ Me levanto/ Con los talentos que mis ancestros dieron,/ Yo soy el sueño y la esperanza del esclavo. / Me levanto.

Me levanto.

Me levanto. (O)