La concesión del Premio Nobel de Economía 2017 al profesor de la Universidad de Chicago Richard Thaler ha despertado un interés, a mi juicio, inusual. Se ha difundido una serie de comentarios sobre el alcance de sus trabajos, unos que resaltan la originalidad de su aporte y otros que lo cuestionan abiertamente.

Un enfoque que tiene antecedentes: el Nobel de la disciplina otorgado a Daniel Kahneman, en 2002, por el mismo tipo de análisis, con la diferencia –curiosa, quizá– de que la formación académica del premiado en ese año estaba ligada a la Psicología. Conjuntamente con Vernon Smith, le fue concedido el Premio al haber abordado aspectos de la investigación psicológica en la economía, especialmente en lo que respecta a la toma de decisiones bajo incertidumbre.

La importancia de las investigaciones de Kahneman radicaba, según algunas fuentes, en su utilidad para modelar comportamientos no racionales, que se apartan de la concepción neoclásica del homus economicus y se aproximan a la teoría keynesiana y algunas teorías del ciclo económico. Esto lo habíamos señalado al referirnos a Thaler en una nota publicada hace unos días.

El relacionamiento psicología-economía es novedoso. Supone una extensión del ámbito de análisis de la economía, en particular de los determinantes de la toma de decisiones en economías de mercado. Thaler, en su lógica, describe la incapacidad de los consumidores para controlar sus propios impulsos.

Esto les lleva a no adoptar –siempre– las “mejores decisiones” en términos de su gasto: por ejemplo, casi en general, la formación de reservas para la vejez no es parte de sus comportamientos “racionales”, lo cual finalmente es impropio y puede ser determinante de cargas sociales más tarde.

Es esta “arquitectura de las decisiones” la que Thaler propone modificar, sin que esto signifique, a mi juicio, la alteración de libertades esenciales, lo que en los sistemas de mercado vigentes –también en Ecuador– podría verse afectado. Es precisamente por esta arista que se ha canalizado la mayor parte de las críticas a los trabajos de Thaler, sobre todo porque sugiere una suerte de “empujón” que, desde otro lado, precipite esa racionalidad.

¿Es justificado el “empujón” en la perspectiva de favorecer la corrección de decisiones equivocadas que alteran la asignación de recursos en una perspectiva global?

Los agentes planifican pero en ocasiones alteran su lógica decisional, a pesar de frustrar la consecución de sus objetivos. Derivan de ello otros efectos, en particular en ámbitos que tendrían que ser luego enfrentados por los hacedores de políticas públicas, para neutralizar el impacto de decisiones económicas que tienen fundamentos de orden psicológico, lo que puede sesgar su pertinencia.

Hay varios matices en el enfoque del Nobel 2017. A la postre, lo que defendería Thaler es utilizar el diseño de las instituciones para “manipular”, de un modo leve y orientado, a hacer el bien a las personas. Pero esto suena relativo, como relativo es que los mercados funcionan como lo sugieren los economistas neoclásicos.

A Thaler se le concedió el Premio Nobel de Economía de 2017 por sus decisivas contribuciones al desarrollo de la llamada “economía conductual”. Una fuente consultada señala bien que “en contra de lo que simplificadamente asumen muchos de los modelos clásicos, el ser humano no es un agente perfectamente racional apenas preocupado por maximizar sus intereses más egoístas: las decisiones humanas están tamizadas por sesgos cognitivos (no siempre somos buenos maximizadores de nuestra utilidad), no son fáciles de implementar (no solo actuamos deliberadamente de acuerdo con nuestros planes, sino que también nos movemos por instinto y por impulso) y no están únicamente conformadas por preferencias egoístas (también nos preocupa la equidad de las distintas interacciones sociales...)”.

Los hallazgos de Thaler muestran que podría ser necesario “empujar” a los agentes a adoptar las decisiones que ellos mismos estiman correctas. Se vuelven incorrectas “cuando las decisiones que se han de tomar son muy complejas e infrecuentes en su día a día y, sobre todo, cuando los costes de decidir mal solo aparecen en el muy largo plazo. Esto, porque no somos perfectamente racionales y porque carecemos de un perfecto autocontrol”. Una síntesis apropiada del enfoque de Thaler.

El Nobel 2017 no defiende la limitación de las libertades o el uso de prohibiciones y obligaciones: su propuesta consiste, más bien, “en rediseñar el marco decisorio –la arquitectura de la toma de decisiones– dentro del que actúa cualquier persona para, sin entrometerse en su libertad individual (o entrometiéndose de un modo mínimamente invasivo), abocarla a elegir bien”. Este es el cuestionamiento clave de los liberales radicales, que sostienen que el “policy maker” también podría estar signado por actitudes irracionales y que las decisiones individuales, cualquiera fuese su costo, deberían ser respetadas.

Hay varios matices en el enfoque del Nobel 2017. A la postre, lo que defendería Thaler es utilizar el diseño de las instituciones para “manipular”, de un modo leve y orientado, a hacer el bien a las personas. Pero esto suena relativo, como relativo es que los mercados funcionan como lo sugieren los economistas neoclásicos.

Peor cuando lo público no entiende que al poner en práctica ciertos experimentos afecta la lógica básica de los fundamentos de las economías de mercado. Viven en estas sociedades pero proyectan su gestión hacia escenarios sin fundamento lógico ante realidades concretas. La educación en este campo es clave. Como lo debería ser una dirección pública que se aproxime al óptimo. Es posible.

Como fuere, en estos ámbitos hay aún mucho que discutir. Esto, aunque como diría J. L. Borges, “lo mejor es no teorizar, porque enseguida aparecen ejemplos ilustres que lo contradicen a uno”. Lo único cierto es que los “poseedores de la verdad” (¿) no tienen cabida en estos esfuerzos. (O)