Por culpa de sus propios propulsores la que debía ser una discusión sobre una ley para erradicar la violencia contra la mujer terminó siendo una disputa sobre una impresionante mazamorra de educación sexual, preferencias sexuales, identidad de género y otras legumbres. Los detractores de algunas de estas ideas reaccionan ante esta mezcolanza, que por supuesto no entienden, porque nadie puede entender semejante potingue, y las agrupan bajo el rótulo de “ideología de género”. Tras de los que están a favor y tras de los que están en contra se agita el viejo empeño conservador de meterse en la cama de las personas a decidir qué hacen bajo las sábanas.

De tan formidable revoltillo extraigo un tema que a todas luces es clave: la educación sexual en escuelas y colegios. Todo comienza con la irrogación por parte del Estado del derecho a educar. Esta expropiación del que es un derecho de los padres a formar e instruir a sus hijos proviene de una confusión. El Estado no debe proporcionar educación, sino que debe establecer las garantías para que las personas se eduquen. Porque el momento en que los gobiernos creen que pueden educar, se sienten con derecho a imponer contenidos. Así pasamos del sistema educativo colonial, refrendado durante el primer siglo de la república, en el que se imponía una religión deísta, al radical, en el que se impone la religión patriótica, en la que sin matices se identifica el emotivo término patria con el Estado. Por eso tiene lógica y hay derecho a ello, que ciertas iglesias prohíban a sus feligreses participar en juras de la bandera y otras ceremonias cívicas pues son, en efecto, expresiones idolátricas. En las últimas décadas hemos visto el intento de ciertos organismos por sustituir la moral burguesa que imponía la religión estatista por una visión relativista, encaminada más a empoderar a determinados colectivos que a liberar comportamientos.

El acceso universal a la educación parte de la creencia en que esta realiza la igualdad esencial humana, en forma de igualdad de oportunidades. El ideal del socialismo, y de su hermano carnal el fascismo, es una educación única e igual para todos, proporcionada por el Estado. Esto, claro, atenta contra la libertad que también es esencialmente humana. A lo que deberían limitarse los estados es a garantizar que los padres puedan proporcionar a sus hijos la educación que consideren más conveniente. El mejor sistema para esto es un subsidio a los padres de tal manera que puedan escoger el establecimiento educativo más acorde con los valores que practican. Entre estos, por supuesto, los relativos a la ética sexual. Es un sistema más barato y republicano que una educación estatal que por fuerza tiene una visión unilateral. Mis opiniones sobre los temas implicados son amplias como el Guayas, pero no soporto ver a supuestos partidarios de la tolerancia blandiendo garrotes contra los que piensan distinto que ellos. Esta es la herencia envenenada del correísmo, que creía que no se pueden hacer reformas sin sembrar odio entre los ciudadanos. (O)