Tengo la impresión, y no sé si usted también, de que la ponderada virtud de la perseverancia no es fácilmente accesible al común de las personas.

Si se anima a realizar un giro de 180 grados o mejor una vuelta de 360, contemplando a su alrededor a sus familiares, amigos, compañeros, vecinos o trabajadores, con quienes tiene cercanía y trato, como para poder considerar que los conoce, ¿a cuántos les puede otorgar el calificativo de perseverantes? ¿A todos? ¿A casi todos? ¿A muy pocos? ¿A ninguno?

Tal vez debía haber empezado por sugerirle otra pegunta: ¿es usted perseverante? Según el Diccionario de la Lengua Española, perseverante es la persona que persevera, y perseverar es mantenerse constantemente en la prosecución de lo comenzado, en una actitud o en una opinión.

Y añade: perseverancia es la acción y efecto de perseverar, y la perseverancia final: constancia en la virtud y en mantener la gracia hasta la muerte.

Ya se imaginará que este trabajo me está cuestionando y ojalá a usted también.

Por su parte, el Catecismo de la Iglesia católica, en el número 1810, afirma: Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia, reanudada siempre con el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina.

Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz en practicarlas.

Como podrá apreciar, para los católicos, informados y bien formados, es fácil relacionar la práctica del bien, en todas sus manifestaciones, con la doctrina que predicó y practicó con hombría y sacrificio Jesucristo.

Me parece que Él es un gran ejemplo humano de la perseverancia.

A pesar de los peligros, las amenazas, las sugerencias y las tentaciones, mantuvo su misión con el liderazgo apropiado, invitando a sus amigos y seguidores a hacer otro tanto, con inmensa coherencia, pues vivió según lo que predicó, haciendo el bien y denunciando el mal, hasta ofrendar el mayor sacrificio que puede realizar un ser humano: donar la propia vida.

¡Ojo! No torció su conducta: fue perseverante en su misión.

No cayó en las tentaciones, como las que brindan el poder o la riqueza.

Tampoco sucumbió a la corrupción, en sus múltiples facetas.

Al igual que su primo, Juan el Bautista, otro varón auténtico, prefirió ser ejecutado, donando su vida, antes que dejar de cumplir su misión redentora, la que, para mayor enseñanza, no era en beneficio suyo, sino de la humanidad.

Ante tales ejemplos de personas perseverantes, considero que nos viene bien, reconociendo sus virtudes, revisar nuestra conducta individual y social.

Eso es: examinemos nuestro proceder, individual, familiar, laboral, social y comunitario, y si, al analizarlo, encontramos que algo debemos rectificar, pues hagámoslo.

No podemos olvidar que nuestra conducta, lo que hacemos o dejamos de hacer, incide no solamente en nuestra historia personal, sino también en la de nuestros familiares y verdaderos amigos.

¿Acaso nuestra responsabilidad es mayor cuando ejercemos funciones públicas o privadas? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)