Una clasificación del tipo de democracias que ha sido definida con rango constitucional es la que se dieron los gobiernos bolivarianos en los últimos años calificándolas de “participativas”, a las que resultaban de las continuas como frecuentes convocatorias a plebiscitos populares. Aquello se erigía como valor contrapuesto a las denominadas “representativas” que habían caído en crisis y cuestionamientos porque los electos solo se representaban a sí mismos y no a sus mandantes. La cuestión funcionó bien para sus promotores hasta que los gobiernos electos comenzaron a ser cuestionados en su legitimidad y desoyeron los resultados y pedidos de elecciones. De lo primero conoce muy bien Evo Morales en Bolivia, donde el pueblo decidió que ya no lo quería más en las boletas electorales. En poco tiempo, sin embargo, el presidente y su corte desoyeron el mandato y ahora se encuentran abocados a la tarea de torcer esa decisión tomada por el pueblo, santificado al extremo cuando vota por los deseos del poder, pero cuestionado cuando no.

Lo de Venezuela ya es un hazmerreír. Chávez primero y Maduro después convocaron decenas de veces al pueblo para que decidiera cosas que ellos consideraban que era necesaria la legitimación popular hasta que  el demos  por millones salió a las calles y pidió un referéndum revocatorio para librarse del poder de turno. En ese momento el Gobierno no solo desoyó el pedido sino que reprimió, detuvo y mató a decenas que osaron solicitar que la democracia participativa se hiciera oír.

Hoy podemos hablar de una nueva categoría establecida por estos gobiernos abiertamente autoritarios que podríamos denominarla “democracias controladas”, donde solo se convoca a comicios plebiscitarios si se está seguro de ganar, cometer fraudes, y si el resultado es contrario, simplemente no acatar la decisión. En realidad las llamadas “democracias populares” hoy son una mascarada de autoritarismo, prepotencia e injusticia. Se acabó el cuento de afirmar que el pueblo tiene el poder y que decida en las urnas. El serio cuestionamiento a las representaciones se ha quedado muy lejos en el recuerdo de la gente y emergieron gobiernos que no temen hoy asumir una conducta completamente contraria a cualquier formalidad democrática. No hay que ser muy perspicaz para calificar al gobierno de Venezuela de una dictadura donde no importan los comicios ni las prácticas rituales, porque a Maduro y su corte no les importa lo que digan los de adentro y menos  los de afuera. Están absolutamente convencidos de la “democracia controlada”, a la que se suman como una abierta extensión del modo y forma de una dictadura.

Los resultados serán como en los gobiernos autocráticos manipulados al extremo más fraudulento posible y luego los márgenes mostrarán una multitud controlada que vota por el continuismo del modelo.

Gracias a Maduro y Evo Morales ahora sabemos muy bien que las democracias “participativas” han pasado a ser “controladas”, incluso en sus formas más elementales, cayendo claramente en la categoría de farsas electorales. (O)