La designación de María Alejandra Vicuña como vicepresidenta encargada ha generado un gran malestar entre quienes pretenden que Lenín Moreno acabe con todos los rezagos correístas en su gobierno. El presidente es personaje poco claro en sus concepciones y poco explícito frente a sus decisiones. No es fácil procesar la designación de Vicuña teniendo en cuenta lo que representaba en la Revolución Ciudadana: las posturas más radicales, alineadas con el bolivarianismo, el socialismo del siglo XXI, el antineoliberalismo y el antiimperialismo. Ella y su padre, fundador de la Alianza Bolivariana Alfarista, quisieran ver el proceso ecuatoriano encaminarse hacia algo parecido a Venezuela. ¡Una locura y una aberración! El populismo radical devenido en una fuerza totalitaria.

¿Por qué Moreno concede un cargo tan importante a los sectores más fanáticos del correísmo? Algunos analistas han sugerido que el propósito es mantener un vínculo con grupos de izquierda radicales, muy militantes de la Revolución Ciudadana, para evitar su conversión en fuerzas opositoras al Gobierno. En lugar de empujarlas a una suerte de marginalidad política, ha preferido incluirlas dentro de la estructura de gestión gubernamental para domesticarlas. Moreno quiere desplazar la política hacia el centro, sacarla del antagonismo y la polarización, y convertirse él en un punto de confluencia de un amplísimo espectro ideológico. El presidente ha tendido puentes hacia la derecha (PSC), hacia el populismo (Bucaram), hacia la centroizquierda, hacia los movimientos sociales y hacia los gremios empresariales. Y con Vicuña lo hace con los grupos bolivarianos, admiradores de la estructura política del Estado venezolano.

Involucrar a los sectores más fanáticos del correísmo es una política de descorreización, parece una jugada hábil. Vicuña coordinará una consulta que tiene como principal objetivo eliminar la reelección indefinida de la Constitución, es decir, aquella enmienda por la cual ella se jugó políticamente y defendió con fanatismo en el pasado. Moreno explota el oportunismo de estos grupos, su fácil reconversión ideológica a pesar de sus proclamas de pureza y radicalismo político. Los intelectuales de izquierda en el poder son, ante todo, personalistas y oportunistas, pequeños burgueses.

Pero la domesticación de los radicales parece ir más allá de los grupos de izquierda y ser el corazón de la política morenista. La despolarización que busca implantar en el Ecuador poscorrea es un equilibrio frágil, precario, entre los rabiosos antialiancistas, que quieren ver su gobierno limpio de todo rezago populista, y la cooptación de todas las fracciones del movimiento interesadas en refundar el proceso por fuera de Correa y su séquito de privilegiados / corruptos, y conquistar para sí el derecho a dirigir políticamente los restos de la revolución. La política de centro y búsqueda de equilibrios predominará al menos hasta la realización de la consulta. Moreno sabe que puede encabezar una suerte de cruzada santa en contra de Correa. Está consciente de que unos sectores apoyan esa postura a cambio de políticas liberales, y otros, los más radicales, a cambio de pequeñas cuotas. El poscorreísmo de los aliancistas se nutre de traiciones, ambiciones de poder insatisfechas y esfuerzos más o menos genuinos de reconquista democrática. (O)