Bueeeno… Ha llegado el momento de darle un final (abierto, por supuesto) a esta serie quincenal. Como decía Jean-Michel Vappereau, psicoanalista francés: “Cuando se es lector de Freud y de Lacan, no se imponen reglamentaciones”. Yo añadiría que, en lugar de imponer reglamentaciones, se proponen interrogaciones. Cualquier “sugerencia” a los autores del Código Orgánico de la Salud podría deslizarse al plano de las reglamentaciones: autorizaciones, prohibiciones y sanciones. Porque es una tentación confundir la responsabilidad de legislar con el goce de reglamentar. Por ello, prefiero hacer preguntas en esta entrega, la penúltima:

¿Cómo se puede regular “la salud mental y psicológica” desde la autoridad, sin plantear una mínima definición de la materia? ¿Desde qué lugar y con qué fundamento se reglamenta lo que se desconoce? ¿Con qué asesoramientos? Si tanto quieren reglamentar la salud mental, ¿sabían, señores legisladores, que hay otras prácticas que tienen (por otras vías) efectos sobre la salud mental, más numerosas y cotidianas que las efectuadas por psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas? ¿Han oído, por ejemplo, del coaching, las “limpias”, la consejería conyugal, los retiros espirituales, la publicidad, el mercadeo, la aromaterapia, la PNL, o la quiromancia? ¿Nunca se percataron de que las “sabatinas presidenciales” son un poderoso y no regulado instrumento de influencia sobre la salud mental de los ecuatorianos susceptibles? ¿Acaso ustedes creen que el ámbito exclusivo de las prácticas de salud mental es el consultorio “psi” y el manicomio?

¿No sería apropiado escuchar a los llamados “usuarios” de los servicios de salud mental en este país? ¿Por qué la gente los llama “locos”? ¿Por qué el público les tiene tanto miedo, si no sabe nada acerca de ellos? ¿No sería bueno dejar hablar a la “locura” para saber si hay alguna verdad o lógica en ella? ¿Sabían que estamos más expuestos a ser agredidos a cualquier hora en los buses o en las calles de nuestras ciudades, que en la sala general de cualquier hospital psiquiátrico? ¿Sabían que todos los seres hablantes estamos sujetos a la posibilidad de alucinar o delirar bajo ciertas condiciones? ¿A cuántos lectores les ha ocurrido? ¿Sabían que no es lo mismo “psicosis” que “locura”? ¿Cuántos de ustedes toman psicofármacos, o han acudido a una consulta psiquiátrica, psicológica, o psicoanalítica, sin estar psicóticos? ¿Pueden hablar de ello, o les avergüenza admitirlo?

¿Por qué los psiquiatras ecuatorianos no participamos en la redacción del COS? ¿Porque no nos invitaron o porque nos autoexcluimos? ¿Por qué nuestra Asociación Ecuatoriana de Psiquiatría –desde que existe– nunca emite opiniones públicas sobre los problemas de la salud mental de la población, como en otros países? ¿Por qué solamente nos convocamos para reuniones de actualización de psicofármacos y presentaciones de nuevos medicamentos? ¿Por qué no nos cuestionamos la relación que tenemos con la industria farmacéutica? ¿Por qué nos llaman “pastilleros”? ¿Por qué no tenemos una revista especializada de circulación periódica donde publiquemos nuestros trabajos e investigaciones? ¿Qué trabajos y qué investigaciones? ¿Por qué no escribimos para dar cuenta de nuestro saber y de nuestras experiencias? ¿Por qué nos contentamos con operar –institucionalmente– como meros “funcionarios amansalocos” sin ser conscientes de ello? ¿Por qué nunca se nos ha ocurrido cuestionar nuestra práctica y nuestra función social y política?

(O)