La saga muestra a un vicepresidente sin funciones pero de “vacaciones”, con prisión preventiva en una cárcel, procesado junto al tío y otros, por presunta asociación ilícita, dados los supuestos abundantes indicios que encontró una fiscalía.

Dicen cinéfilos entendidos en leyes que para hacer más creíble el libreto o pasar de la ficción a la realidad, se debió usar otra figuras jurídicas como cohecho, concusión, tráfico de influencias... El público espera el último capítulo de lo que parece un bien montado tongo, o un remake de suspenso con un inesperado desenlace donde brillará la justicia, con que (aunque quimérica) nos hicieron soñar de niños El Llanero Solitario, Superman, Batman, Liga de la Justicia, etcétera; o con mucho humor nos animó a creer El Tremendo Juez de Tres Patines. Esa obra cinematográfica que ha estado en cartelera por varios meses, ocupando la atención del mundo, merece un epílogo de cuento de hadas. Suficientes frustraciones ha sufrido un país como para seguir en una relación masoquista entre gobernantes y mandantes. A ese ritmo se camina hacia la cultura de lo mismo donde lo anormal es normal, lo malo es bueno, los inmoral es moral; no importa si roban con tal que hagan obras, que se mantengan dóciles a cambio de bonos, o consulten lo que ya está decidido; para distraer del auténtico drama de miseria en que dejaron a un país, en el primer capítulo de una revolucionaria experiencia gobiernista. Todavía surte efecto su anestésico porque un pueblo siente que lo siguen golpeando, pero con métodos sofisticados que parecen no dejarán moretones visibles pero provocarán derrames internos de consecuencias inimaginables. No obstante, no se pueden ocultar los politraumatismos que dejan los índices de delincuencia, corrupción, secuestro de las funciones, endeudamiento; en un mismo equipo que tras bambalinas sigue impulsando un modelo económico-político que es parte de un proyecto desideologizado, que se niega a aceptar que no tiene cabida en sociedades progresistas. Una función de cine continuo donde no cambian el filme y los protagonistas, solo varían los espectadores (pueblo) que pagan cada vez más caro el derecho a una vida digna. Pero la vida es tangible y no ficción, por lo que no hay que esperar que el destino alcance a matar, sino sobrevivir a una realidad de película.(O)

Joffre Edmundo Pástor Carrillo, profesor, Guayaquil