Con motivo de las fiestas, siempre le dedico un artículo a mi ciudad.

En los meses de julio y octubre trato de expresar a través de este espacio lo orgulloso que me siento de ser guayaquileño y la profunda reverencia con la que contemplo tanto los valores tradicionales como los cambios positivos de mi ciudad.

Hoy quiero aplaudir una vez más la gesta libertadora del 9 de Octubre, trayendo a la memoria del lector los nombres e ideales de quienes la inspiraron.

Sin desmerecer las luchas de nuestros hermanos de otros rincones de la patria ni dejar de lado otras fechas, debemos aceptar que el éxito en la estrategia de los patriotas guayaquileños José de Antepara, José Joaquín de Olmedo y José de Villamil, cada uno en su momento, radicó justamente en que su motivación eran valores traídos de la vieja Europa, que ellos supieron adaptar a la idiosincrasia local.

Valores que estaban más allá de lo meramente coyuntural, ideas transitorias como el cambio de autoridades locales o el reparto de la tierra, que ya habían fracasado en otras ciudades.

En cambio, el discurso de estos tres, que luego tuvo eco en la gente, fue profundo y convincente: independencia y democracia; conceptos abstractos, tal vez difíciles de comprender para la época colonial; y, por supuesto, difíciles de aceptar para quienes, enquistados en el poder, hacían de las suyas con las prebendas que negociaban con la Corona.

Estas ideas estaban, como dije, basadas en el pensamiento europeo que, liderado por los jóvenes franceses, se iba expandiendo no solo en el Viejo Continente, sino que llegó a América, financiado –por supuesto– por los británicos, que reclamaban su espacio comercial en las nuevas tierras.

Me quiero quedar en la importancia de que nuestro proceso independentista haya estado cimentado en conceptos trascendentales, pues indiscutiblemente eso es lo que marcó la diferencia y llevó a Guayaquil a ser la primera aurora gloriosa que anunció la libertad.

Qué bien nos cae, en estos días de agitación nacional, refrescar aquellas ideas que inspiraron a nuestros patriotas. Cuánto nos serviría concentrarnos en buscar los valores verdaderos sobre los cuales nuestros antecesores quisieron fundar esta República.

Qué conveniente sería salir de las disputas de poder, de los negociados mezquinos y las transacciones oscuras y volver a la búsqueda de esos ideales transversales. Buscar puntos comunes y trabajar por ellos, que por cierto hay mucho que hacer, pero sin darnos la oportunidad de empezar de nuevo, no podremos avanzar.

Mi voto, como siempre, será por ideas que inspiren un verdadero proceso democrático, uno que sirva para gestar el cambio de las estructuras deterioradas, con las que hemos venido funcionando desde hace años. Mi aspiración siempre será que este país, rico y maravilloso, progrese y deje progresar a sus hijos en libertad, igualdad y fraternidad.

Mi deseo en estas fiestas es, una vez más, que Guayaquil sea la luz que lidere el proceso de depuración, de concertación, de búsqueda de los ideales comunes. ¡Viva Guayaquil! (O)