En estos días, hemos oído repetir frases relacionadas con la defensa del honor: no voy a permitir que empañen mi honor, yo soy una persona honorable y algunas similares en las que se emplean sinónimos. Pero quizás es más fácil hablar del honor que tenerlo.

El honor es, por definición, la “cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”. La cualidad, referida a las personas, es el carácter distintivo de cada uno, que se manifiesta en su manera de obrar, en su relación con el bien y el mal y en función de la vida individual y, sobre todo, de la colectiva.

No se trata de que las personas honorables no se equivocan, pero sí de que lo admiten y asumen la responsabilidad y consecuencia de sus errores, entre otros motivos, porque tienen un compromiso con la verdad.

Tener sentido del honor debería ser requisito indispensable para quienes desempeñan funciones públicas porque sus cualidades morales pesan en sus decisiones y comportamientos que afectan a todo un pueblo.

¿No habrá llegado el momento de exigir a nuestras autoridades, empezando por las más altas, y a quienes quieran serlo, que asuman sus responsabilidades con honor? (O)