Los recientes terremotos han puesto en luz grandes virtudes humanas, como la solidaridad, el optimismo en medio del dolor, la visión de futuro. Los terremotos han descubierto también rasgos de corrupción de los que construyeron algunos edificios (falta de estudios previos, materiales inadecuados e insuficientes, costos abultados). El tema que no falta en los medios de comunicación es la polifacética corrupción: coimas, sobornos, malversación de fondos, tráfico de influencias, “papeles de Panamá”, destrucción de edificios, que pudieron ser adecuadamente consolidados.

Todos “creemos en Dios”: para unos Dios es amor, es Trinidad, formada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Para otros dios es el yo, es egoísmo, que se expresa en la trinidad del poder, del dinero y del sexo.

Esta ideología, o enfoque parcial, encierra la corrupción en el campo económico. La economía, teniendo como tiene un grande influjo en la conducta personal y social, no es la raíz de la corrupción.

Pocas preguntas descubren la inconsistencia de la ideología, según la que bastaría producir más y repartir mejor, para suprimir la corrupción. ¿Se podría producir y repartir mejor, ignorando al dios yo? ¿Hay poseedores de bienes materiales que no deseen más? En el campo económico a nadie, ni al más rico, le bastan sus bienes; desea, exige más y más con todo medio a su alcance… coimas, sobornos, malversación de fondos, tráfico de influencias, “papeles de Panamá”. ¡No son los más pobres los más ladrones!

Leyes orientadoras al bien social y leyes punitivas a los que no las observen son necesarias.

La más efectiva sería una ley que obligue sin subterfugios a devolver al bien común los bienes adquiridos mediante corrupción. Difícil pero no imposible probar. Hay corruptos para quienes el honor no vale nada. Calculan que, pagada la pena, podrán vivir lujosamente con el fruto de la corrupción.

Las leyes claras son necesarias, pero tampoco bastan para combatir la corrupción. “La calentura de la corrupción no está en las sábanas”; está en la deformación de la conciencia humana. La persona humana normal se da cuenta de que no está sola, de que vive y camina inmersa en una sociedad con derechos y obligaciones. La deformación consiste en llegar a pensar y a actuar como si todos y todo giraran en torno a cada uno.

Las leyes, siendo como son realidades externas, no bastan. Para combatir la corrupción se requieren una luz y una fuerza internas. Luz y fuerza son cultivadas por la educación, es decir, son orientadas a buscar la felicidad, haciendo felices también a los demás.

La experiencia humana enseña que poderes diversos, interdependientes (Legislativo, Ejecutivo y Judicial), integrándose mutuamente, han fomentado el diálogo e interdependencia entre persona humana y sociedad. Debilitar uno de esos poderes dificulta y hasta impide que la persona humana realice su identidad y viva en la expresión de sus potencialidades a servicio del bien común.

La mayor corrupción, la peor ofensa a la persona es dificultarle ser ella misma, absorbiendo sus derechos y obligaciones.

Útil educarla a hacer cosas; indispensable ayudarla a crecer como persona. (O)