El tiempo es similar al hálito vital, pretendemos que no lo vemos pero allí está; que no lo tenemos y gozamos de él; lo desconocemos, lo invocamos, lo maldecimos, pocos lo bendecimos y sin embargo, cuando ya no lo poseemos es irreversible su ausencia. Según la Real Academia Española de la Lengua, “carpe diem” significa coge el día, aprovechar el tiempo ante su fugacidad permanente. Para los niños no existe como medida, para los jóvenes su lindero es ajeno y lejano, para los adultos es una progresiva realidad, para el moribundo, su crucial tesoro y para los docentes, su único recurso de trascendencia.

Cuando hablamos del quehacer educativo, el etéreo elemento de las horas, días, meses y años considerados desde múltiples perspectivas de cada actor de la comunidad escolar, los padres creen que pasa muy rápido o muy lento dependiendo de la cercanía o distancia emocional; las autoridades lo ven como prueba superada o pendiente subordinada a los resultados subjetivos de lo óptimo o no; para los estudiantes, en algunos casos, es el final de una tortura y, en otros, un peldaño que los acerca más a sus metas. ¿Qué significa esa dosis diaria que el maestro imparte en el aula? Si es algún mercader del conocimiento, podría significar un modo de vivir y ya está; o si se eligió con pasión comprometida traspasar el límite temporal, será la huidiza tela con la que construirá sueños, proyectos o un salvavidas para rescatar un destino del vicio, la muerte o la locura. Hay unos pocos jugando a ser “niños impacientes” que miran las manecillas del reloj casi inertes, y estudiantes que imitan esa actitud. Una hora de clase vale porque construye el hábito de pensar, analizar, discutir, enamorar por el bien y el saber...; donde el profesor inventa, reinventa, explora, ofrece, da, retira o aconseja y nunca más volverá a ser igual. El tiempo de ayer no es el de hoy, tampoco el de mañana y ninguno de sus participantes lo recuperará. Si se viviera una hora de clase con la conciencia de lo irrepetible de su substancia, posiblemente mejoraría la calidad de nuestra educación; vivir para sacar el máximo provecho al vínculo secular unificador de docentes, estudiantes y autoridades es hacer que sucedan los milagros, que pasen los sueños y que crezcan las naciones. Hubo un tiempo muy distante, donde nos llamaban a los docentes cuidadores de sueños.(O)

Clara Elizabeth Real Moreira, doctora en Ciencias de la Educación, Guayaquil