No sé si a ustedes les pasa, pero para mí el domingo tarde es un pequeño infierno en el pecho. Cada tarde de domingo me invade un extraño dolor, que no duele, al que he decidido llamar “dolor de álgebra”, porque es esa mezcla de remordimiento por haberle mentido a mamá que ya hice el deber, la angustia de no haberlo hecho y la impotencia de no saber hacerlo porque nunca entendí ¡qué mierda era el binomio cuadrado perfecto!

Tal vez los antídotos que escojo para combatir el dolor de álgebra no sean los adecuados, escuchar tangos, leer poesía, tal vez sea una equivocación hojear los viejos álbumes de fotos. Este es sin duda un ejercicio de nostalgia, es toparse con momentos felices que al parecer fueron efímeros, es encontrarse con ojos que perdieron su brillo, con manos que están lejos, con paisajes que nunca volveremos a ver, pero también puede ser el encuentro con afectos intactos por gente a la que ya no recordábamos.

Al mirar uno de los viejos álbumes descubrí las fotos del primer viaje que hicimos mi marido y yo. En el año 1979 fuimos a México, justamente el 9 de agosto, día previo a que Jaime Roldós asumiera la presidencia de la República. En el aeropuerto de Quito conocimos a una amable señora mexicana, que luego nos alojó en su casa de la avenida Cuauhtémoc 950. Era nada más y nada menos que doña Marithé de Alvarado, máxima exponente y maestra del arte mexicano del azúcar. Ella venía de recorrer varios países enseñando su arte.

Ahora, 38 años después, al mirar las viejas fotos recordé el cariño con que esta buena señora y sus hijos, Dulce María y Pedro de Alvarado, nos acogieron y nos guiaron en esa enorme y maravillosa ciudad que amamos desde el primer contacto.

Ahora México nos duele, ahora México nos hace llorar de dolor y de impotencia, porque contra las fuerzas naturales es muy poco lo que se puede hacer. Tal vez dejar de lado la necedad de construir edificios en zonas sísmicas, pero eso es pedir peras al olmo, “poderoso caballero es don dinero”. Ahora México nos sobrecoge y nos hace llorar de dolor y de impotencia.

Lo bueno del dolor es que a veces no nos deja inmóviles, nos lleva a actuar, a seguir, a luchar y eso es lo que está haciendo el valiente pueblo mexicano. Arrimando el hombro para rescatar a la gente que quedó atrapada bajo los escombros, dispuestos a salir de esta triste situación a como dé lugar.

Yo por mi parte me contacté con toda la gente querida de México, y por supuesto, gracias al Facebook, con la familia De Alvarado. Doña Marithé ha convertido su casa-escuela en un museo, ahora en la calle Cuauhtémoc 950 funciona el Instituto del Arte Mexicano del Azúcar. Moro, como le dicen cariñosamente a Dulce María, se acordó de nosotros gracias a esas viejas fotos en las que ambas lucimos nuestra vieja juventud.

Mi abrazo solidario para México y su gente, para Beatriz, Alejandro, Allison, Hugo, Bea, Patricia y demás amigos, algunos libreros, otros no. (O)