Año 44 a. C. Cayo Julio César, el emperador de Roma, es asesinado por varios senadores. Marco Antonio, el lugarteniente de César, acude donde los conjurados, quienes quieren acabar con él, pero Marco Bruto, el principal, se opone, por no ser justo y porque confía en ganarlo a su lado. Le permiten hablar en las exequias, con tal de que no los censure en su alocución. Bruto habla primero. Dice que obraron por la libertad de Roma. Cuenta el historiador Plutarco, que el pueblo no aprueba ni reprueba el magnicidio. La pluma imaginativa de Shakespeare escribe, en cambio, que vitorean a Bruto y consideran a César un tirano. Los complotados abandonan el lugar. Es el turno de Antonio, quien inflama la pasión de la venganza contra aquellos, cuidándose de alabarlos, sin embargo. Les muestra las profusas heridas del malogrado. Los ciudadanos montan en cólera, pero, hay más: el orador les informa que el emperador ha dejado una estimable fortuna a cada uno de ellos. Es suficiente, queman su cuerpo y con los tizones encendidos corren frenéticos a las casas de sus matadores. Luego de un tiempo, todos los conspiradores son ajusticiados. Bruto se suicida. Refiere Plutarco que Antonio era inclinado a la tiranía, que casi se había erigido en monarca y que el pueblo extrañaba a Bruto. En la lucha por el poder, gana Antonio, aliado de Octavio y Lépido.

2.061 años más tarde, en nuestro país, otra lucha por el poder tiene lugar. Lo curioso es que sus protagonistas son los líderes máximos de su movimiento político. El presidente dice del expresidente en el discurso de su posesión que ha sido el líder de una revolución que recuperó el orgullo y sentido de pertenencia de los ecuatorianos. Antonio se somete a Bruto. Luego adopta medidas y hace declaraciones que irritan a quien controlaba el movimiento de cada hoja de árbol de la nación. Le había dejado el manual de gobierno de los primeros cien días, pero resultó que el sucesor tenía dignidad y ¿algún plan escondido? Buena parte de sus colaboradores son los mismos que trabajaron en el reinado precedente. ¿Cálculo mutuo? Algunos ya emigraron.

El sucedido se queda unas semanas en la arena de combate, mas Bruto la deja y desde la República del Ático continúa lanzando feroces trinos contra su sucesor –ya no cuenta con los medios de comunicación que antes estaban a su servicio y que ahora están parcialmente sirviendo al nuevo timonel–, que este replica. Que devuelva los regalos le exige aquel. El aludido lo llama “bestia del apocalipsis”. ¿Los pecados de Antonio? Nombra o permite que se nombre a los seguidores de Batman en una lucrativa empresa pública eléctrica, concede a los bancos privados el manejo del dinero electrónico, que, como sostiene Alberto Acosta, les permitirá ampliar su poder económico y político. Es decir, políticas contrarias a las del régimen que elogió y aún más, perteneció. Temer, el corrupto presidente brasileño por la gracia de un Parlamento igualmente corrupto, fue vicepresidente del gobierno de Dilma Rousseff, elegido con un programa determinado, que ha desconocido. El Antonio ecuatoriano fue elegido presidente con un plan que ofrecía cambiar las relaciones de poder. Y por seis años fue vicepresidente en un régimen que dominó a las demás funciones del Estado. Mas no ha tenido empacho en manifestar –ahora– que no era independiente la Función Judicial, lo que se está evidenciando para los incrédulos. En el debate en el que participó con los demás candidatos, no defendió al gobierno de entonces. Muchos políticos son esquivos a la ética.

Importantes cuestiones deben definirse, como el papel de lo público y lo privado en el Estado.

Las empresas encuestadoras nos dicen que Antonio, el gran rescatador de los discapacitados, goza de alta popularidad. De ser cierto, pesarían virtudes y acciones positivas: una actitud de respeto a los demás, de diálogo con sectores otrora perseguidos y acanallados por protestar, fructificado con el préstamo a la Conaie de un edificio que Bruto les quitó, los indultos concedidos (falta que restituya la personería jurídica a la UNE, dictatorialmente arrebatada por Bruto), de apertura con la prensa, entre otras.

Con respecto a su segundo a bordo, ¿sigue Antonio el libreto de los opositores que quieren librarse de la ficha de Bruto, de quienes censuraban acerbamente sus andanzas en Ginebra y otras cosas cuando era candidato, o realmente está convencido de que es responsable de corrupción, después de haber expresado que había ido desvaneciendo los cargos en su contra, a pesar de que ciertamente el peso de las pruebas incriminatorias es cada vez mayor?

Para agravar las cosas, el movimiento político de Bruto, con su enclave parlamentario, se muestra poco dado a la autocrítica y pronto a echar a otros las culpas.

Importantes cuestiones deben definirse, como el papel de lo público y lo privado en el Estado.

Bruto no se suicidará. Como al romano, sus seguidores lo extrañan y no les faltan razones. ¿Quién ganará en la lucha encarnizada por el poder, mientras, ya recuperados de su estupor, ríen los perdedores de las elecciones e intentan imponer su agenda? (O)