Cuando Ricardo Patiño habla de la década ganada, convertido en el panegirista del correísmo, lo hace como si Rafael Correa nunca hubiese existido ni fuera hoy un factor desestabilizante del gobierno de Lenín Moreno. Para defender al correísmo se olvida de lo que fue Correa, del estilo de liderazgo que impuso, de las lealtades extremas que exigió y del régimen autoritario que comandó y organizó. Patiño, como la dirección nacional de Alianza PAIS y todos los defensores de la década ganada, piensan como los militares del nacionalismo revolucionario de los años setenta: no importa un régimen militar si hace los cambios estructurales que requieren las democracias sustanciales. Patiño replica esta mentalidad 40 años después: todos sus balances de la década ganada se limitan a defender la redistribución del ingreso, la inversión pública, el gasto social y la construcción de infraestructura, mientras guarda silencio sobre el modelo político.

Ni una sola reflexión sobre la personalización del liderazgo en Alianza PAIS y en la Revolución Ciudadana, menos todavía sobre la concentración y centralización del poder, sobre el ejercicio de los derechos y libertades ciudadanas, y la complejidad de los modelos democráticos de cambio y transformación. Silencio total. Siempre muy sonreído, muy soberbio, transmite una versión parcial del proceso de la última década para dejar intocado un problema clave: el modelo político creado y las estructuras de poder ligadas a ellas, con los privilegios obtenidos por la élite gobernante. Se trata de una intelectualidad que oculta su propio poder en la retórica del cambio estructural. La izquierda convirtió a los militares del nacionalismo revolucionario en sus héroes políticos porque cambiaron las estructuras de poder oligárquico en el Ecuador. Hoy los correístas repiten el mismo discurso: no quieren hablar del poder que acumularon, del modo como lo ejercieron ni de su falta de transparencia. Siempre llevan el análisis a lo que consideran sustancial: la nueva redistribución de ingreso y la nueva infraestructura del Estado. No importa que detrás de esos logros –si efectivamente se produjeron– haya emergido un poder corrupto, arbitrario, con elementos despóticos, que imponía el silencio a los contrarrevolucionarios y desleales, y se ocultaba en ese juego a sí mismo. ¿Hay alguna conexión entre el modelo político de la revolución y la presencia durante diez años de un contralor corrupto que obtuvo 10 sobre 10 en el último concurso de merecimientos y oposición con el aplauso del Ejecutivo? ¿Hay alguna conexión entre el modelo político y la fascinación pequeño burguesa, arribista, de Patiño con la primera clase de los vuelos a Europa? Yo veo dos: uno de corrupción política y otro de privilegios obtenidos –ahora incorporados a sus habitus natural– de la nomenclatura del poder correísta. ¿No era el señor Glas parte de una red de poder que manejaba los sectores estratégicos? Patiño pone las manos al fuego por Glas, pero no dice nada sobre la enorme corrupción que se dio bajo las narices del exvicepresidente.

Sobre estos temas, vinculados al modelo político y al poder de la élite gobernante, Patiño guarda un silencio intelectualmente inmoral, falaz, propio de quienes no quieren rendir cuentas de todo el poder que manejaron durante diez años escudándose en el discurso de los cambios estructurales y la lucha contra las oligarquías. (O)