Si bien no es todavía de conocimiento público, se especula que el texto de la consulta popular que anunciara el presidente Moreno se encuentra virtualmente listo, en la que resalta notablemente la pregunta que se referirá a la reelección indefinida, afrenta real a cualquier vocación democrática y que fue asumida por el anterior régimen como una razón de ser para que la nación se siga “deleitando” acaso con las bondades impuestas por el proceso político liderado por el expresidente, nostalgia y vocación de un caudillismo sin límite alguno, por eso cuando Lenín Moreno hace algunos días admitió la posibilidad de convocar a una consulta, insinuó de forma abierta la necesidad de garantizar una “democracia plena, sin caudillismos”.

Hay que comenzar admitiendo que en el caso de la reelección presidencial indefinida, la presentación del tema no es tan simple como se podría pensar, pues quienes están a favor de ella usualmente adoptan razones –unas muy ingenuas, otras no tanto– con aparentes raíces democráticas en la defensa de su tesis, pues a fin de cuentas, qué más democrático podría ser que se le permita a un pueblo que está satisfecho con la gestión de su líder seguir confiando en él y qué mejor de manera indefinida si la relación con el gobernante es idílica y los frutos de su manejo en el poder se acrecientan con el paso de los años; en otras palabras, los llamados “derechos de participación” que hacen que la reelección indefinida deba ser aceptada como una necesidad para que el pueblo siga aprovechando “los méritos y virtudes del mandatario”, más allá de que no resulte justo privar a la ciudadanía de los servicios de un “hombre que ha adquirido experiencia en el cargo y sabiduría en el manejo de la política”, añadiéndose que la reelección implica el reconocimiento de las cualidades de un individuo cuando el pueblo encuentre razones para aprobar su proceder, “con el objeto de que sus talentos y sus virtudes sigan siendo útiles y de dar al gobierno el beneficio de fijeza que caracteriza a un buen sistema administrativo”. Es decir, que los argumentos aflorarán, sin duda alguna, en el momento en que se trate de ubicar a la reelección presidencial indefinida como el camino más directo a una democracia depreciada.

Está por demás señalar que la posibilidad de consultar al pueblo sobre la reelección presidencial indefinida constituye una prioridad, no por el hecho circunstancial de cerrar las puertas a una nueva participación electoral del expresidente Correa, sino por la necesidad de evitar una afrenta a lo que debe ser una democracia bien entendida...

Por qué entonces se considera que la reelección presidencial indefinida pone en riesgo directo el carácter “democrático y republicano del régimen político? Hay una respuesta natural que se basa en el conocimiento propio de la historia y realidad de cada sociedad política organizada como Estado y en ese contexto, resulta irrefutable que virtualmente todos los proyectos políticos, no solo en este país o en la región sino en todo el mundo, que han admitido la reelección presidencial indefinida, han acarreado inevitablemente rasgos abiertamente dictatoriales, lo que explica en el caso reciente de los países bajo la corona bolivariana, la necesidad invariable de impulsar la tesis de la reelección indefinida con el requerimiento de una permanencia continua, idea simbolizada de forma muy clara en regímenes propensos al autoritarismo populista. Es decir que si bien en el campo de la pura teoría resulta admisible la contradicción entre las ventajas y desventajas de la reelección indefinida, es indudable que las lecciones de nuestra historia demuestran que esa reelección más allá de ser nociva para la vivencia democrática, termina convirtiéndose en instrumento de beneficio y manipulación a favor de un determinado proyecto político, el cual simultáneamente acaba por apropiarse también de la verdad absoluta en desmedro de cualquier idea de sus opositores, que terminarán convirtiéndose en vulgares traidores de la Patria. La historia no permite engañar.

Está por demás señalar que la posibilidad de consultar al pueblo sobre la reelección presidencial indefinida constituye una prioridad, no por el hecho circunstancial de cerrar las puertas a una nueva participación electoral del expresidente Correa, sino por la necesidad de evitar una afrenta a lo que debe ser una democracia bien entendida; ya se escucharán ciertas voces, especialmente dentro del partido de Gobierno, de que no permitirán pisotear los “derechos adquiridos”, blablablá, preocupados naturalmente ante la perspectiva del descarte de la reelección presidencial indefinida, pero no nos equivoquemos: más allá del camino legal posconsulta, no cabe duda de que el presidente Moreno acertará incluyendo ese punto en la consulta y el pueblo aún más expresando un no rotundo a tamaña desventura.(O)