Luego de una década de sofocante dominio correísta en el poder, finalmente la revolución ciudadana se presenta con su rostro ajado, dado que ahora ya no tiene la ayuda de esas máscaras o elaborados maquillajes que fueron creados y utilizados por el agresivo Estado de propaganda que tuvo la osadía de sembrar en el imaginario colectivo la idea del milagro ecuatoriano. Lo cierto es que el socialismo del siglo XXI aquí y en el resto de la región, en mayor o menor grado, terminó convertido en una especie de farsa social.

El desencanto de la población es cada vez mayor en tanto este proyecto político, que se inició con un desbordado entusiasmo de la gente, fue incapaz de cimentar las bases de una sociedad próspera e incluyente. Consecuentemente, la revolución ciudadana, al igual que su brazo político AP, terminarán, dialécticamente hablando, en una implosión producto de sus propias contradicciones y, sobre todo, por una lacerante realidad que difiere diametralmente del discurso político al que apela su dirigencia, adornado muchas veces con frases academicistas pero que, en el fondo, no pasan de esa charlatanería que inunda las ferias de pueblo. Recordemos que esa incontrolable vanidad, en más de una ocasión, llevó a esas mentes lúcidas a presumir de haber confrontado con éxito algunos conceptos de la teoría económica.

No obstante, la recesión y el cáncer de la corrupción han debilitado a ese tejido social que recubre a una comunidad que no termina de aprender de sus errores. No hubo, en el régimen correísta, una real participación ciudadana, como tampoco se zarandeó el establishment. Más bien, el debilitamiento de las instituciones democráticas, producto de la concentración del poder y la vigencia del pensamiento único, limitó derechos como la libertad de expresión, pensamiento, asociación, etcétera.

Mientras, de una economía alimentada por los petrodólares que condujo incluso a compararla con el jaguar latinoamericano, pasamos por efectos de los vaivenes internacionales del precio de las materias primas, a la condición de un país desconcertado en la que sus ciudadanos terminamos viéndonos la cara unos a otros. Tanto es así que el propio presidente Lenín Moreno ha debido sincerar las cifras y hablar, sin reticencias, de crisis. En la proforma presupuestaria 2017, el Gobierno considera necesidades de financiamiento público por alrededor de USD 11.670 millones y destinar algo más de USD 7.034 millones para cubrir el pago de amortización de la deuda pública, monto similar a lo que se emplearía en los sectores de educación y salud juntos.

Si a esto se suma el escándalo de corrupción sin precedentes por la magnitud y grado de penetración en las instituciones, así como por el cinismo imperante, tenemos a una economía con un capital social mermado, donde hay una clara afectación de la confianza, los valores cívicos, la solidaridad y el respeto, aspectos básicos en una sociedad medianamente civilizada, que ahora resultan ser accesorios. De ahí que el eje de la revolución ética, que se presentó en un gran escaparate, en términos de transparencia, simplemente se quebró…

Los pedazos de vidrio roto, con sus afiladas puntas, ciertamente lastiman a la conciencia nacional. Los ecuatorianos exigimos con firmeza un baño de verdad. (O)