Nunca como en los últimos tiempos hemos hablado más de que el único camino para volvernos fuertes en un mundo conformado en bloques era ser parte de alguno. Los sueños bolivarianos de hacer una patria común se extendieron por la región acicateados por el éxito del modelo de integración europeo sobre el que surgieron otros como los del Nafta (EE.UU., Canadá y México), Mercosur, Alba, Celac, Unasur y muchos intentos que naufragaron –especialmente los nuestros– en una torrente retórica que aumentaron las cumbres, los viajes presidenciales y una burocracia espantosa.

Ahora que el Brexit se consumó y la UE debe redefinir roles en medio de una crisis económica de algunos de sus países miembros, como Alemania que deber cargar sobre sus espaldas el peso de jalar como locomotora los demás vagones del proyecto y los franceses quedan pasmados por los gastos de maquillaje de Macron surgido como respuesta a los que apuran detonar el proyecto integrador desde adentro. Ahora vemos un mundo más hostil a un proyecto de buenas intenciones pero de pobres ejecuciones. La idea de una integración económica que facilitara el comercio no ha sido tal y el movimiento de personas entre países miembros con una dinámica cultural que promoviera el interés primero y las acciones en conjunto después, no pasaron de ser declamaciones líricas. Entre nosotros se antepuso la política antes que el pragmatismo económico y lo que tuvimos fueron muchos que jugaron a ser Bolívares mientras sus países en vez de integrarse a los demás sufrían desmembraciones internas fruto de la feroz persecución al que pensaba diferente.

Lo que tenemos hoy es una desvalorización del concepto integrador, un deseo de salvarlo a como sea, más por el valor que tiene para la burocracia su permanencia antes que por una realidad cierta e incontrastable de que ese el único camino que nos toca desandar como naciones que comparten un idioma y cultura similares. Ni eso nos sirvió para reconciliarnos con la idea primigenia de hacer una América común.

El Nafta vive hoy momentos clave, el Mercosur suspendió a una Venezuela que ingresó por la ventana mientras dejaban a un lado a Paraguay al que lo sancionaban políticamente por haber enjuiciado a Lugo, uno de los “socialistas del siglo XXI”.

Siempre se interpuso lo ideológico o el intento de explicar la historia en función de dogmas antes que el compromiso de alcanzar con la integración alturas nuevas a esta reiterada vida en las mesetas de la desconfianza, las dudas y la fragmentación. (O)