Si uno llegara de otra civilización, de otro planeta, quizás una de las cosas que más nos asombraría es descubrir que los seres humanos pasan horas viendo cómo se matan entre ellos, destrozan ciudades, naturaleza, y además pagan por verlo. Es una manera de entretenerse… A veces en los viajes largos los buses ponen películas en que muertos y asesinados se acumulan en las pantallas mientras pasamos por extraordinarios paisajes que invitan a la admiración y el agradecimiento.

Personalmente me llama la atención la fascinación casi general de los/as adolescentes por las películas y cuentos de terror; cuanto más miedo les produzcan, mejor. Les mandan deberes desde la escuela y el colegio para reproducir o inventar cuentos de ese estilo y a veces tienen que graficarlos y hacer videos.

Europa entera está sometida al miedo, aunque proclame más como un deseo que como una certeza “yo no tengo miedo”. También países musulmanes en que otros musulmanes matan a los suyos, ni hablar en África, el miedo colectivo en Estados Unidos, sobre todo después del 11-S, y el dictador y asesino Kim Jong-un con un ejército de robots en Corea del Norte viven en el miedo.

Otros van más lejos, creen que el Dios que adoran es un dios asesino que les manda a matar y destruir para alcanzar el paraíso y la gloria o unificar creencias alrededor de la única admitida por válida, la suya. Eso ocurre ahora y ocurrió antes, la Iglesia católica tiene un pasado nefasto en la inquisición y los millones de seres humanos torturados y quemados, gran parte de ellas mujeres consideradas brujas peligrosas. Todo para que la luz de la fe brille pura…

A veces la violencia mostrada, sobre todo cuando se exponen y analizan las consecuencias, puede desempeñar un rol fundamental en el despertar de la conciencia de la humanidad que ve reflejada, como en un espejo, su locura. Nos permiten entender la aberración de nuestras conductas individuales y colectivas.

En nuestro país estamos sometidos a la violencia de la corrupción que nos invade, de la impunidad que la acompaña, y la desfachatez con que algunos justifican su accionar. Ese conocimiento está siendo acompañado de reflexiones serias, que nos permiten a cada uno, además de indignarnos, preguntarnos de qué seríamos nosotros capaces en iguales circunstancias y cuál sería nuestro comportamiento si nunca nadie descubriera nuestro posible robo y enriquecimiento ilícito.

Es un baño colectivo de verdad y asombro que nos producen Odebrecht, los escándalos de la FIFA y los negociados con los chinos y muchos otros, todos los días algo nuevo asoma y nos preguntamos ¿hasta cuándo?, ¿hasta dónde?, ¿quién o quiénes serán descubiertos ahora?

Para salir de ese marasmo, no hay que perder la capacidad de indignación, de dolor, de náusea que debe producirnos y, la vez, apostar a la toma de conciencia colectiva de los valores fundamentales que deberían ser los nuestros.

El diálogo, el respeto a la diversidad, el alimentarnos de las propuestas de todos y la creatividad alegre de muchos empiezan a generar otra atmósfera de alegría y entusiasmo.

Vi a una jovencita de 13 años parada delante de un televisor, aplaudir entusiasta dando gritos de alegría y saltos delante de la pantalla, cuando el señor presidente anunció que se vendería uno de los aviones que usaban autoridades del régimen.

Hay esperanza, los jóvenes lo están festejando. (O)