Es increíble cómo algunas situaciones que consideramos completamente novedosas, en realidad, son harto conocidas. Casi siempre, la literatura muestra que es cierto que no hay nada nuevo bajo el sol y que somos seres que repetimos las fatalidades que ya experimentaron otros individuos, en otros lares y en otros siglos. Mucho por lo que pasa el Ecuador en tiempos de la presidencia de Lenín Moreno ya fue escrito y representado por William Shakespeare en El rey Lear, probablemente en 1605, una obra teatral en la que un soberano desencadena él mismo su pérdida de poder y su desquiciamiento.

Lear, rey de Britain, va a dividir su reino y quiere determinar cuál de sus tres hijas lo ama más para darle a aquella las tierras más favorecidas. Como está viejo, ya no quiere andar en sus días finales con preocupaciones de Estado. Las dos hijas mayores se descocan ensalzando a su padre; en cambio, Cordelia, la más joven y soltera, se niega a expresarse con verbosidad y codicia, y por eso es desfavorecida y maldecida. Aunque las hijas mayores consideran que Lear es arbitrario y autoritario, igual lo adulan por interés político. Malos tiempos amenazan a este país en el que un rey puede ser mendigo.

Rafael, convencido de la ‘majestad del poder’, por las encuestas sabe que va a perder si se presenta a una reelección presidencial y decide dividir su reino porque conoce que la situación económica futura es desastrosa y no quiere hacerse cargo de ella. Además, está enterado de que muchísimos asuntos del Estado que él ha dominado por completo se han manejado sin transparencia. Por eso quiere dejar en el nuevo gobierno aliados incondicionales, como el vicepresidente Jorge G., para que le cubran las espaldas. Los vasallos y las súbditas de Alianza PAIS se desviven en alabar a quien consideran el único y eterno líder.

Mal vista por Lear, Cordelia abandona el reino. En Lear, rey & mendigo –en la traducción de Nicanor Parra–, ella dice: “El tiempo revelará/ Lo que la astucia doble disimula/ Las faltas encubiertas/ Tarde o temprano salen a la luz/ Para vergüenza de los ofensores”. El pronóstico y las predicciones de lo que sucederá en Britain son escalofriantes: hostilidad entre padres e hijos, pérdida de antiguas amistades, fraccionamiento de partidos, amenazas y maldiciones, desconfianzas, destierro de antiguos amigos, deserciones, intrigas, ambición sin límites, recortes administrativos, quejas porque el rey tiene demasiados guardaespaldas…

Lear sin el poder pierde la razón. Como Lear, Rafael ya es un decrépito, políticamente hablando. Como Lear, Rafael está fuera de sí, no puede vivir en paz sin el poder absoluto. La tragedia de Lear se agrava “cuando la majestad se hace locura”. En el Reino de Britain, Lear se va quedando “Huérfano de todo poder! / En condición de huésped!”. Le haría bien al huésped del Reino de Bélgica pensar en lo que afirma el bufón que trata de que Lear vea la realidad tal como es: “La verdad es un perro/ Que se debe encerrar en la perrera”. O también: “Nadie debe llegar a la vejez/ Antes de conocer la prudencia”. (O)