Lo que se había pronosticado lamentablemente ha ocurrido de manera real en Venezuela: una dictadura. Lo que ya existía de hecho ha pasado ha ser de jure (de manera legal) con la decisión de acabar con el congreso, cuyo único pecado ha sido el de haber sido elegido por el pueblo para oponerse al régimen de Maduro. Un gobierno que en nombre de la democracia popular decide ir en contra de lo que decidió el demos no tiene otro nombre que dictadura. Y si además se le suman los muertos, detenidos sin causa justa, perseguidos y exiliados no debemos andar más con eufemismos: en ese país se vive bajo una dictadura sin ninguna vuelta. Ya han dejado de lado cualquier formalismo y han asumido lo que son. Se sostendrán sobre bayonetas y no podrán ser desalojados más que por la fuerza. Han cerrado todos los caminos de solución democrática y el país se encamina hacia un callejón sin salida.

No faltaran los que defiendan el régimen, como todavía es posible observar en las calles de Moscú o en la misma Plaza Roja a fanáticos seguidores de Stalin que se cargó más muertos que los producidos en toda la segunda guerra mundial. Hay seguidores de Hitler en Estados Unidos, país que combatió frontalmente al fascismo en tierras europeas dejando a miles de muertos no solo en las playas de Normandía sino a lo largo de todo ese continente. En el mundo hay varios fanáticos que solo porque la democracia les ha privado de oportunidades terminan abrazando causas irracionales, fanáticas y autoritarias.

En una semana donde Las Ramblas de Barcelona se tiñeron de sangre por el fanatismo de los que gritan cánticos a Alá mientras atropellan y matan por decenas, es imposible de rodear de racionalidad lo que a todas luces es la evidencia más clara del sinsentido y el absurdo. Es insostenible que algunos todavía afirmen que los seguidores de la Yihad lo hacen porque el capitalismo los tornó pobres y marginados por generaciones completas, como si eso pudiera justificar la muerte y el fanatismo. Estamos perdiendo en ciertos aspectos la línea de la racionalidad para caer en la justificaciones más villanas y absurdas que abren el camino para la violencia, la muerte, el fascismo y la dictadura. Este apocalipsis de la racionalidad sin embargo tiene que tener un contrapeso en todos los que creemos que, aunque puede ser el menos malo de todos los sistemas políticos conocidos, la democracia es todavía el camino, con sus contradicciones y intolerancias, el mejor sendero para transitar un trecho de racionalidad y convivencia. No debemos sucumbir ante los que provocan el retorno a un periodo obscuro de la historia donde por oponerse a cuestiones personales y situaciones infortunadas muchos llevaron al mundo a un territorio de dolor y de muerte.

Los que amenazan la convivencia pacífica no son pocos y están los que se muestran con acciones abiertas y desembozadas, sumados a los que de manera cínica todavía creen que pueden explicar racionalmente lo que a todas luces es un signo demostrativo del fracaso de convivir en el disenso y la tolerancia.

Es el momento de apoyar a los demócratas, arrinconar a los autoritarios, identificar a los fascistas y sobreponerse a la amenaza de retornar a los tiempos en que el mal derrotó a los buenos por compasivos, ingenuos o tontos. A las amenazas de los autoritarios hay que responder con más democracia y más apego a las normas de coexistencia pacifica. No debemos caer en sus provocaciones y amenazas.