Saber qué hacer, cómo hacerlo, cuándo hacerlo y con quién hacerlo suelen ser valiosos conocimientos en los que no reparamos y, por lo tanto, no valoramos en su debida dimensión.

En el desarrollo normal de nuestras rutinas diarias hogareñas o laborales, incluidas las de movilización, para salir a trabajar y luego retornar, realizamos un sinnúmero de acciones y omisiones, podríamos decir, de memoria y en el mismo orden, que fácilmente podrían asimilarse a las líneas de fabricación masiva que se contemplan en las fábricas donde los productos se producen en cadena.

Aunque a veces y en mayor proporción cuando el tiempo vivido se empieza a acumular no por años sino por décadas, nos detenemos a verificar si hemos hecho todo lo que debíamos hacer y no nos falta nada de llevar con nosotros para realizar lo que nos corresponde hacer fuera de casa.

A tal punto se estructura nuestro actuar que si se nos pregunta la razón de cualquiera de las etapas de nuestro accionar rutinario en casa-trabajo-casa, generalmente solemos contestar: Siempre lo he hecho así, aunque lo exacto sería casi siempre lo he hecho así.

Mas esa rutina que puede convertir la vida en una gris monotonía o en una pesada carga puede ser felizmente alterada cuando alguna persona comedida nos comparte alguno de sus saberes adquiridos por el estudio, la experiencia o la simple curiosidad.

Puede ser la forma de ordenar la ropa, la hora de salir hacia el trabajo, el carril de mejor circulación, la ruta diferente para evitar los congestionamientos, una mejor manera de compartir las tareas o de romper las rutinas para beneficio común.

Algo que mucho agradecemos los mayores es que los jóvenes con paciencia, sí, mucha paciencia, y buena voluntad nos enseñen, una y otra vez, si es necesario, la mejor manera de sacar provecho a los equipos que las nuevas tecnologías ponen en nuestras manos para facilitar o acelerar las tareas que tenemos por realizar.

Cuán agradable es oír frases de reproche como por ejemplo: ¡Así no es, abuelito!, y luego pacientemente conocer cómo hay que manejar los cada vez más recursivos aparatos electrónicos.

O esta otra: ¡No busque allí, pues en el programa que tiene en su computadora hallará más rápido la norma y si está reformada lo sabrá de inmediato!

Mi nieta y el joven estudiante comparten gentil y gratuitamente sus saberes y los conocimientos se expanden, pues ahora yo también los tengo.

En trueque no pactado yo le enseño a ella la importancia de admirar y fijarse en la naturaleza, que tenemos a la vista, así como sus transformaciones, y a él la importancia de seleccionar bien a su esposa y ser felices.

¿Cuánto de lo que sabemos y utilizamos lo aprendimos durante nuestro paso por las instituciones de enseñanza formal y cuánto en el hogar, la familia, en círculos sociales y aun de extraños a quienes no volvimos a ver?

¿Gusta usted compartir sus saberes? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)