Uno de los peores legados de los gobiernos que construyeron el poder sobre la demonización, persecución y acoso judicial permanente del adversario político ocasional ha sido el de la exclusión. El concepto de la hegemonía concebido con formato democrático superficial nos ha llevado a que al final de estos gobiernos, como consecuencia de su corrupción interna y sus abiertas contradicciones con la realidad, se tenga hoy en nuevos gobiernos el gran reto de lograr de nuevo la inclusión social.

No será fácil después de décadas de persecución lograr que la tolerancia al otro pueda ser entendida como un valor social compartido. El daño que han hecho no es menor y la fragmentación social en varias de estas sociedades es una muestra elocuente del grado de deterioro al que han llevado a sus países.

Basta observar, en la Argentina post Kirchner o en la atormentada Venezuela sumida en el caos más profundo, para darnos cuenta de lo complejo y dañino que resultó hacer de la exclusión del otro o del que pensaba distinto a nosotros, y la repercusión que tuvo no solo en lo político sino en todos los campos de quehacer social, incluso en las familias como núcleo germinal del mismo. Divisiones en todos los ámbitos nos demuestran que la gran tarea de reconstrucción llevará su tiempo y debe ser hecho al mismo momento de castigar los excesos y los cientos de casos de corrupción que rodearon a esos gobiernos durante los años en que la inclusión era tomada como debilidad de carácter y flojera política.

Los sectores excluyentes denuncian hoy lo mismo que ellos practicaron como catecismo doctrinario y como formula opresora. Culpan a los ajustes como consecuencia del fracaso y del hambre, cuando no son más que consecuencias de años en los que campeó la corrupción y el descrédito del otro. Latinoamérica marcha hacia un proceso difícil porque dividirse entre reparar el daño a la democracia perpetrado por esos gobiernos, la urgencias económicas y los reclamos políticos insatisfechos requerirán de una gran muñeca que eche mano a los mejores talentos de países fragmentados o en camino de quiebras inminentes.

Los detentadores del poder buscarán mantenerse en el poder a como sea y los que han perdido el control habrán visto y vivido en carne propia el daño que causaron en las estructuras democráticas: años de exclusión y de falta de respeto a las instituciones a las que pretenderán ahora reclamar justicia y respeto que no tuvieron cuando les tocó administrar el país.

Solo queda resistir a las tentaciones de venganza y lograr que la fortaleza de la democracia y el apego a las normas puedan hacer emerger países donde nunca más la exclusión basada en la injusticia como procedimiento normal lleve a naciones enteras a la pobreza, la marginación y la fragmentación.