Algunos de ustedes se habrán encontrado en la disyuntiva entre continuar predicando a sus hijos sobre el pacifismo o prepararles en artes marciales para enfrentar al agresor de turno en el aula. En medio de la confusión que causa que a su hijo le estén insultando o pegando, y no se sepa qué hacer, con frecuencia se cometen los mismos errores. Al principio, se puede creer que es algo pasajero y que es mejor no darle importancia. O se culpa al propio hijo, a quien se le propicia que desarrolle aptitudes de defensa. Finalmente, se acude al colegio desprovisto de mecanismos efectivos y, ante la falta de un cambio, se termina pensando que no hay apoyo ni salida.

Si un compañero o compañera está humillando a su hijo, es vital que haya un ambiente de confianza para que pueda contar a sus padres lo que ha pasado. Desde el inicio, sin darle excesiva importancia, hay que escuchar los detalles de manera que con el pasar de los días puedan saber si la situación continúa o incluso empeora. Si las quejas son repetitivas, su hijo también mostrará que se siente cada vez más afectado. Esto significa que ha sido estigmatizado públicamente e incluso aislado del grupo de compañeros o una parte de él.

Aunque parezca que están actuando de manera sobreprotectora, es hora de hablar con la dirigente o el tutor, pues los acosadores aprovechan una debilidad en la respuesta. Así como en las conversaciones con su hijo, traten de ser lo más descriptivos posibles. Si expresan malestar, provocarán mayor ansiedad en su hijo y rechazo en profesores y autoridades del colegio. En lo posible, registren formalmente su preocupación por medio de una carta, con firma de recibido.

Este no es el final del problema, sino el principio de la solución. Los estudiantes que acosan a ciertos compañeros en particular no se detienen fácilmente, pues el origen de su agresividad es profundo y por tanto tampoco puede ser abordado exclusivamente en el colegio. Eso significa que su hijo también tiene que aprender a manejar la situación, siempre y cuando sepa que cuenta con un respaldo real de parte de sus padres. Si la pareja no convive o tiene conflictos, deberá contar con al menos este objetivo en común: apoyar a su hijo hasta la resolución.

Es posible que con el tiempo su hijo no quiera volver a hablar sobre el tema y diga que su compañero o compañera ya no le molesta tanto. Puede ser cierto, pero también es común que los niños o jóvenes empiecen a pensar que la situación es normal, pues la excepción es un día más tranquilo en que el acosador faltó a clases. Los jóvenes, sobre todo, sienten vergüenza de pedir ayuda para algo con lo que sus compañeros no la necesitan.

Si la agresividad del compañero o compañera finalmente baja y su hijo ha podido establecer una relación de convivencia y respeto mutuo con él o ella, es recomendable que ni ustedes ni su hijo guarden resentimiento o continúen a la defensiva. Pero guarden una distancia social y afectiva prudencial. (O)