Las presentaciones de libros siempre me han parecido actos contradictorios: salvan algo de la solemnidad del pasado (conductor de ceremonia, vestuario) y tienen mucho de la alegría de las bienvenidas. No tengo muy en claro si esta proviene de la fe que pueda despertar una nueva criatura de palabras o si es, simplemente, el gusto por atribuirle a un escritor el rostro de poeta.

Es que las palabras “poesía” y “poeta” provocan mucho respeto aunque no se haya revisado cuánto pueden haber cambiado. Vienen de antiguo, están avaladas por grandes nombres, se les reconoce trascendencia. ¿Bastará publicar un libro de poemas para ser poeta? Tema de interesante discusión. Yo me atengo, solamente, a mi última lectura de tal clase de libros.

Se trata de Rosa carmín, de Rosalía Arteaga Serrano, el amplio paso vivencial de esta compatriota se decanta también por variadas publicaciones, algunas de las cuales están traducidas a otras lenguas y se leen masivamente. Ahora estamos frente a un poemario orgánico, integrado por 42 poemas. No es un conjunto de piezas sueltas que respondan a diferentes momentos de una vida creativa, no; se trata de un proyecto de escritura que debe de haber exigido una visión totalizadora, de un mosaico, cuyo espectáculo tiene el rostro femenino de América Latina.

Los poemas recorren los hitos históricos que constituyen diferentes nombres de mujeres. De esas que superaron el rol pasivo en que las puso la historia y asumieron como suyos deberes de liberación, de orientación de pueblos, de educación de seres humanos. Cuántas más pudo haber habido, pero han sido silenciadas por el poder, durante siglos no fue “conveniente” que la mujer interviniera en círculos de autoridad ni sabiduría.

Vale resaltar el círculo que abre la autora sobre sus sujetos poéticos: de las más antiguas –aquellas que se quedaron en las figuras de las Venus de Valdivia– hasta a las anónimas y comunes mujeres de la patria, que con su labor de hormiga sostienen familias, barrios, comunidades y país. Rosalía Arteaga trastorna el concepto de heroína porque lo dimensiona lo suficiente como para que en él quepa el esforzado quehacer cotidiano y que se vea que la andariega jornada de la mujer pobre es una heroicidad. Sin embargo, también están las heroínas clásicas de nuestra cultura ecuatoriana en la figura de la Quilango, la diosa Umiña, las princesas nativas como Toa y Pacha Duchicela.

¿Qué lenguaje ha elegido su autora para concebir este libro? Un lenguaje narrativo dentro del formato lírico, por tanto en la línea de los grandes cantos clásicos, cuando se contaban acciones en torno de los dioses y los héroes para fomentar lazos comunitarios, apego a la tierra, formación de una cultura propia. Cosa singular: pocas veces la voz poética se introduce en los textos, no usa la libertad del Yo lírico que pone su presencia, en ocasiones absoluta, al revelarlo todo en primera persona.

La elección de la sencillez como vía de expresión hace directo el mensaje, no encapsula el sentido para que el lector “trabaje” con el texto, este está a flor de piel. Esta decisión no obsta para que la imagen poética se deslice en los textos en el indispensable lenguaje de la lírica.

Escrito pensando en los jóvenes, el libro ofrece material para un repaso por los lares de Latinoamérica. (O)